Mai (fragmento) "Ting Li sintió miedo. Mai se había pasado la noche llorando. Encogía las piernas, cerraba los puños y no había tibieza o canto que la acallara. Le dio agua de arroz y la acunó contra su pecho. Al amanecer, cuando casi se le iba apagando el llanto, llamó a Ong. -Ong, Ong, despiértate. Mai está muy enferma. -¿Y qué quieres que haga? ¡Te dije que la dejaras! Ni tú ni yo sabemos cuidar niños. -¡Se hubiera muerto, Ong! -Por lo menos, hubiera sido más rápido. -Y Jimmy, ¿se habrá perdido? -Ése no vuelve. Yo lo conozco bien. -Entonces, ¿qué hacemos? -Allá tú. ¿Qué podemos hacer? -¿No podríamos llevarla al hospital, buscar un médico, algo? -Yo no sé dónde hay médicos. Los hospitales están llenos de soldados. ¡Hombres, Ting Li, hombres! ¿Quién va a ocuparse de una niña medio muerta? ¡Ni que fuera la primera! -¿Y el orfanato, Ong? -¿Llevarla al orfanato? ¿Estás loca? Tú ve si quieres. A mí no me vuelven a agarrar las monjas. Es como estar preso. ¡Vete, vete tú si quieres! Así me quedaré solo de una vez. Ting Li lo miró y sintió lástima. Ong era su única familia. -Voy a llevarla. Quizás allí la salven. Ong se encogió de hombros: -Haz lo que quieras. Vete. -Escucha: ahora que está oscuro voy, la dejo en la puerta, llamo y salgo corriendo. No me verá nadie. Ong achicó los ojos: -¿No será que tú también quieres irte a Nueva Jersey, como Jimmy? ¡Pues ve cambiando de idea! Allá no quieren niños grandes. Lo sé. Por mí puedes irte cuando te dé la gana. ¡Ni tengo miedo, ni necesito a nadie! -No, Ong, yo me quedo contigo -lo apaciguó la niña. Ong sacó su navaja, la abrió y comenzó a dar cortes en un tabloncillo. Eran cortes profundos, resentidos, como si estuviera hiriendo la madera a propósito. Entonces, con el insatisfecho deseo de seguir hiriendo, se acercó a Mai, apartó la colcha para mirarla bien, aguardó un instante y dijo: -Yo creo que no tienes que llevarla a ningún sitio. Ya se murió. -¡No, no, Ong! ¡Ayúdame, por lo que más quieras! ¡Vamos! Juntos caminaron por las calles llenas de sombras, hasta el orfanato. Ting Li apretó a Mai contra su pecho. En silencio, con mucho cuidado, la puso frente al portón cerrado. -Mai -le dijo-, yo he hecho lo que he podido. ¡Que te salves! -Vaya, toma -dijo Ong entregándole a Ting Li el tabloncillo en que había rayado, a trazos duros: "Mai". -Que, por lo menos, tenga nombre. Pulsaron el timbre. Una ventana respondió, iluminándose. " epdlp.com |