El teatro y sus enemigos (fragmento)Enrique Díez Canedo
El teatro y sus enemigos (fragmento)

"Yo leo el monólogo de Hamlet, y experimento una determinada impresión al saborear los versos maravillosos: To be or not to be... Pero acudo a una representación del Hamlet y a mi experiencia personal voy añadiendo otras. Veo a Zacconi, por ejemplo, rubicundo, corpulento, ancho para su altura, con largos bigotes caídos, sentarse en un sitial e ir declamando los conceptos de Shakespeare como si se le desmenuzaran entre los dedos; veo a Sarah Bernhardt, grácil, con su rostro pálido de Hamlet lampiño, inmóvil hacia el fondo de la escena, con un brazo en alto, cogido a la parte alta de una cortina, ensimismada, modulando su voz de oro; veo a tal comediante español, he olvidado su nombre, adelantándose al proscenio para consultarle al público las dudas de Hamlet en tal tono que parece imposible no escuchar, en traslado del ser o no ser con que el monólogo se inicia, una expresión chulesca: o semos o no semos: ustedes, ¿qué me aconsejan? El mismo trozo dramático, el monólogo inmortal, me hace pasar así, cuando lo veo interpretado, por una serie de emociones ausentes de mi espíritu cuando lo leo y que pueden tocar en lo sublime o dar de lleno en lo ridículo. Todo ese territorio es el propio del comediante.
Mas ¿no puede el arte de éste sacar partido de lo que no tiene sustancia propia? Ya hemos visto que sí, en el ejemplo analizado de Robert Macaire; y nuestra experiencia personal, por corta que sea, puede acumular ejemplos. Si vamos al teatro todos los días, no hemos de hacernos ilusiones: hemos visto una serie de obras teatrales que nos han entretenido más o menos, pero en las cuales apenas hemos hallado otra cosa que la gracia o la fuerza de expresión de un comediante; la armonía, harto menos frecuente, de un conjunto; la presentación escénica, tal vez ingeniosa: pero si leemos la comedia o el drama, no encontramos en la letra escrita nada de lo que nos divirtió o sedujo. Luego aquí, se dirá, el comediante crea; hace algo de lo que nada es. Concedido. Pero cabalmente la cualidad de ese algo es lo que distingue la obra del artista.
La cualidad del arte dramático, en lo que se refiere al actor, es cualidad delicada y exquisita, flor de un día, belleza efímera, no reproductible, que apenas se transforma en un apacible y vibrante recuerdo, como me ocurre a mí cuando pienso en el Hamlet de Zacconi o de Sarah Bernhardt, en la Morte civile de Novelli (ya ven que acepto el melodrama), en el Edipo de Mounet Sully, en La Cittá morta de Eleonora Duse, en la Doña Perfecta de María Guerrero, para no citar más que interpretaciones ya totalmente del pasado, cuya virtud, por grande que fuese mi elocuencia y por extremos que alcanzase mi habilidad, yo no podría comunicaros a vosotros, si no la experimentasteis por vosotros mismos, como yo la experimenté, más que como lo hago ahora, como nuevo e inexpresivo testimonio, que aceptaréis, como aceptaría yo la experiencia vuestra, pero que no permanece, que no puede permanecer ni aun perpetuado en la pantalla, porque en este caso ya no es teatro sino cinematógrafo; porque le falta la centella de vida que el comediante hace saltar y que se apaga del todo, una vez caído definitivamente el telón.
Belleza, pues, pero belleza efímera es la que el comediante produce, como si volviera realidad aquel verso de Petrarca:
Cosa bella mortal passa e non dura. "



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