Querido Miguel (fragmento)Natalia Ginzburg
Querido Miguel (fragmento)

"Angélica se levantó. Era domingo. La niña llevaba dos días en casa de una amiga. Orestes estaba en Orvieto. Angélica se puso a andar descalza por la casa y a abrir contraventanas. Era una mañana soleada y húmeda. De la plazuela que había debajo de la casa subía un olor a pastelería. Encontró en la cocina sus chancletas de felpa verde y metió los pies en ellas. Encima de la máquina de escribir, que estaba en el comedor, encontró el gorro blanco de baño y se lo encasquetó, metiéndose dentro todo el pelo. Después de ducharse se puso un albornoz rojo, algo mojado, porque Orestes lo había usado por la noche. Se hizo un té. Se sentó en la cocina para tomárselo, mientras leía el periódico del día anterior. Se quitó el gorro de baño y todo el pelo le volvió a caer otra vez por los hombros. Se fue a vestir. Buscó en el cajón de las medias, pero todas tenían carreras. Por fin encontró un par sin carreras, pero con un agujero en el pulgar. Se puso las botas. Mientras se estaba abrochando las botas pensó que había dejado de querer a Orestes. La idea de que se fuera a pasar el día entero a Orvieto le producía una profunda sensación de libertad. Tampoco él la quería ya. A ella le parecía que debía estar enamorado de una chica que llevaba la página femenina en su periódico. Luego se dijo que seguramente nada de todo esto que estaba pensando era verdad. Se puso el traje azul y raspó con la uña una mancha blanca que tenía en la falda. Era una mancha de leche y harina. La noche anterior, que vinieron los Bettoia, habían hecho manzanas fritas Orestes y ella. Mientras comían las manzanas fritas ella había apoyado la cabeza en el hombro de Orestes, que la tuvo abrazada durante algunos instantes. Luego, de repente, había apartado su cabeza y había dicho que tenía mucho calor. Se quitó la chaqueta y le reprochó que tuviera tan alta la calefacción. También los Bettoia tenían calor. Las manzanas fritas estaban demasiado aceitosas. Se recogió el pelo delante del espejo y el espejo reflejó su rostro largo, pálido y serio.
Llamaron a la puerta. Era Viola. Llevaba un abriguito nuevo, negro, con cuello de leopardo. En la cabeza llevaba un gorro de leopardo. Por los hombros le caía el pelo negro, liso y brillante. Tenía los ojos castaños con chispitas azules y una nariz pequeña y muy graciosa. "



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