El obsceno pájaro de la noche (fragmento)José Donoso
El obsceno pájaro de la noche (fragmento)

"Claro que no, no sirve para nada. Te sientas al borde de tu cama y cubres tu cara con tus manos, mientras misiá Raquel te escucha sobrecogida porque estás inventando cosas, Inés, siempre has sido fabuladora, tienes vocación de vieja, es sólo cuestión de permitir que la vieja aflore y se apodere de ti, por eso misiá Raquel te escucha sentada muy tiesa en su silla con su cartera en el regazo agarrada firmemente con las dos manos porque ni ella ni nadie te puede creer que hasta tu edad tuviste sangre todos los meses, sangre sucia y regular que me esclavizaba como a una chiquilla, a mi edad, como si fuera castigo de Dios por alguna cosa horrible que hice y que no recuerdo, todos los meses, insistentemente, no sabes cómo he rezado, sobre todo cuando era más joven y tenía esperanza de darle un hijo a Jerónimo, rezábamos y rezábamos con la Peta Ponce, salve va y salve viene, padrenuestro de corrido y padrenuestro al revés, oraciones que nosotras mismas inventábamos para implorar merced de quien quisiera darla, escapularios con reliquias de no sé quién que la Peta me cosía en los corpiños, no te imaginas cómo rezábamos con la Peta para que este mes, por fin, no me ensuciara mi sangre, anunciando así mi limpieza y el advenimiento de Boy, esclava inmunda de mi sangre hasta los sesenta y tres años, no llores más, Inés, deja que misiá Raquel te consuele sin lograrlo porque sigues llorando y llorando, cada mes la esperanza de que ese mes por fin se había agotado tu feminidad, que ibas a tener paz para comenzar a envejecer como todo el mundo, pero no sin tregua, sangre todos les meses... un monstruo, Raquel, un monstruo. Lo malo es que a Jerónimo siempre le han fascinado los monstruos.
—Claro. ¿Te acuerdas de ese secretario que tuvo hace años, uno como medio enano pero no enano y con el labio leporino mal cosido, y como gibado... una calamidad?
—Creo que sí.
—¿Cómo se llamaba?
—Sí, sé quién dices...
—Se llamaba... espera...
—¡Qué me voy a estar acordando!
—Era raro.
—Pero no tan monstruoso como yo, Raquel, sí, reconoces que tú eres el verdadero monstruo, Inés, y sigues siéndolo a pesar de tu operación porque le vas asegurar a misiá Raquel que Jerónimo no te dejaba en paz hasta antes de irte, que hasta los sesenta y tres años tu marido también monstruoso te obligaba a hacer el amor con él todas las noches como si fueran chiquillos, nadie puede creerte, Inés, y esa noche misiá Raquel irá a hacerle una visita a Jerónimo para interrogarlo, no oigo muy bien porque pasa un tranvía destartalado, un camión al mismo tiempo, autos, las sirenas que tocan a incendio y parejas cuchichean en los umbrales y las campanadas de la Merced, no logro oír lo que usted explica a misiá Raquel y tengo que volver corriendo a la casa para no perderme lo que Inés está confesando entre llantos, saber la mentira por lo menos aunque no sepa la verdad, Jerónimo comenzaba muy suavemente, con mucha ternura, cariños que por último yo me dejaba hacer porque por qué no, aunque poca paciencia me quedaba y francamente hubiera preferido rezar un rosario o leer el diario de la tarde, pero no me dejaba. Iba tocándome más y más, poco a poco, tú ves, a esta edad una ya no es ninguna preciosura en cama, ni tampoco caminando por los corredores de la casa, Inés, cuando te detienes junto a mi sitial a charlar con las gárgolas, cómo estás, Mudito, cómo has amanecido, si parece que este hombre amaneciera más encogido cada día, pobrecito, y sigues caminando hacia tu habitación y sentada al borde de tu cama le aseguras a misiá Raquel que a la edad de una da un poco de vergüenza, no sé, todo caído, el derrumbe completo así es que a una misma le da un poco de repugnancia, pero Jerónimo no, era como si no viera eso y no me permitiera tener la edad que tengo y la frialdad de mi cuerpo de vieja no tuviera derecho a existir, y poco a poco, todas las noches, iba despertando desde el fondo de mi cuerpo de vieja cansada a la mujer joven que yo no era ni soy. "



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