Mercedes Urízar (fragmento)Luis Durand
Mercedes Urízar (fragmento)

"La tarde cerraba rápidamente y la lluvia había mojado las maderas del corredor interior. Una tristeza infinita lo llenaba todo, el dormitorio de Elena estaba débilmente alumbrado, por una pequeña lámpara, cuya pantalla tenía un papel verde encima. El cuerpo de la joven apenas se advertía bajo las ropas. De espaldas en el lecho y en la indecisa luz, su rostro tenía algo de irreal, como si se desdibujara dentro del marco obscuro de su cabellera.
García se acercó despacito, hasta el lecho de la enferma. La joven abrió los ojos para fijarlos con lánguida expresión sobre él. Un instante una luz extraña los agrandó en un destello vivo y luminoso, que luego se apagó tornándose en un suave resplandor afiebrado.
–¿Qué hay Elenita, no se siente bien?
Elena bajó los ojos y su rostro adquirió una suave belleza, dulce y rendida. Su nariz se afinaba delicadamente sin afearla, y los labios sonrosados se dibujaron tenuemente en la difusa In; que le comunicaba un halo de ensoñación.
–Hay que cuidarse–prosiguió García, sin que se le ocurra otra cosa que decirle, pero dando a su voz la más cariñosa entonación. –Esto pasará muy luego.
La joven permaneció en silencio. El mozo se sentó junto al lecho con el ánimo de distraerla con alguna frase amable, tratando de poner en ello su mayor sinceridad. Aquella casa había sido un verdadero hogar para él, durante su permanencia en Villa Hermosa. Era deudor de atenciones y afecto a esa gente. Estaba obligado a corresponder en la misma forma, y, no obstante, su pensamiento se alejaba presuroso hacia la otra, hacia la mujer cuya juventud plena de gracia y de salud le llamaba con su sonrisa de chiquilla regalona. Era inútil intento encadenar su pensamiento allí junto al lecho de la enferma. Cruzaba veloz el callejón para ir a rendir su homenaje a la adorada. ¡Mercedes! ¡Que lindo era siempre el nombre de una mujer querida!
Se olvidaba por completo de esta niña enferma que yacía en el lecho, cerca de él, cuyas actitudes le demostraron en mas de una ocasión, un silencioso amor hacia su persona. Veíalo todo como en un sueño que ocupaba sólo a ratos su mente, como si surgiera desde un fondo verdoso y desteñido.
Afuera el agua caía con violencia y el viento hacía crujir las calaminas del techo colándose en la casa con un gemido largo y hondo.
¿Qué haría Mercedes, allá en su quinta? Tal vez estaría sintiendo el rumor poderoso de la tormenta y quien sabe si pensando a ratos en él.
El maullido plañidero del gato le volvió a la realidad. Estaba a sus pies en actitud de saltar sobre sus rodillas, como tenía costumbre. Elena, entonces despegó los labios para decirle en un susurro:
–Échelo afuera para que no lo moleste.
Habló como venciendo una fatiga suprema. García le repuso sonriendo.
–No, déjelo no más, es muy bueno este rucio.
Lo había cogido sobre las rodillas, donde el «cucho» ronroneaba satisfecho, mirándole a ratos con sus ojos enigmáticos, en tanto García, se había quedado contemplando una imagen de Cristo, que colgaba en la pared sobre la cabecera. Tenía aquel Cristo un rostro casi femenino, unos ojos suaves y tímidos. Con su mano fina y delicada como la de una mujer, mostraba su corazón. Más abajo, se leían unas bellas palabras:
"Dadme hospedaje de amor en vuestro hogar y yo os lo retornaré eterno en mi sagrado corazón. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com