La trata de esclavos (fragmento)Hugh Thomas
La trata de esclavos (fragmento)

"¿Qué corazón podría ser tan duro que no se sintiera traspasado por la lástima al ver a esa compañía?
Zurara, Crónica del descubrimiento y de la conquista de Guinea.
Pronto se hicieron evidentes los fallos del acuerdo. Se tardó mucho en establecer los nuevos tribunales o comisiones mixtas, pues el gobierno de Lisboa explicó que era difícil encontrar a personas de confianza dispuestas a realizar tan poco provechosa tarea en un clima tan malo. Además, el tratado no decía nada sobre la trata en África oriental, que era la que explotaba una nueva generación de tratantes brasileños, como José Nunes da Silveira con su bergantín
Delflm, capaz de transportar casi cuatrocientos esclavos.
Wilberforce pensaba que este nuevo tratado era «hipócrita, malvado y cruel», y así se lo dijo a Castlereagh. De todos modos, se dieron instrucciones a la armada británica para que capturara a los buques negreros portugueses en cualquier punto al norte del Ecuador.
También se ordenó que se capturaran buques españoles si había
indicios de que tenían alguna relación con aseguradores, inversores y hasta puertos británicos. Pero a menudo las capturas de buques españoles que se llevaron a cabo no tenían ni siquiera esta modesta justificación. Enjulio de 1815, en un tratado de Madrid con Gran Bretaña, distinto del documento final del Congreso de Viena, España expresó, como sin duda le hubiese agradado al reformador Argüelles, su acuerdo con Gran Bretaña sobre la iniquidad de la trata y prometía
prohibir a los españoles que proporcionaran esclavos a países extranjeros. España accedía a limitar la trata, incluso en beneficio de su propio imperio, a los mares al sur de una línea trazada él diez grados al norte del Ecuador, y agregaba que aboliría completamente la trata en un plazo de ocho años. Cierto que, de momento, el compromiso español no iba más allá de esta declaración de intenciones, y que no se adoptó ninguna medida inmediata para incluir en las leyes este primer acuerdo. El gobierno español siguió quejándose de la arbitrariedad británica. Otro embajador español en Londres, el conde de Fernán Núñez, denunció que dos buques pertenecientes a un mercader de Barcelona habían sido capturados por la fragata inglesa COI1lUS en el río Viejo Calabar, pese a que los capitanes afectados se conducían con plena legalidad, a que la trata no debía acabarse hasta dentro de unos años y a que a bordo no se encontraron mercancías británicas.
Los abolicionistas no estaban satisfechos, pero ni siquiera ellos pudieron dejar de impresionarse por lo que parecían buenas noticias de Francia. Desde la paz, no había habido salidas de barcos negreros y el regreso a Francia de Napoleón, en marzo de 1815, tuvo un efecto positivo. Durante los Cien Días, el 29 de marzo, el emperador, que en 1802 había defraudado a tantos de sus admiradores extranjeros al
permitir sin condiciones la esclavitud, ahora, también sin condiciones, abolió la trata francesa, influido, por una parte, por su ilustrado ministro Benjamin Constant y, por la otra, por su esperanza de que con ello se granjearía la simpatía británica. La consecuencia de todo ello fue que el 30 de julio, una vez Wellington y Blücher derrotaron al
«usurpado!"» en Waterloo, Luis XVIII se sintió obligado a confirmar la política de su enemigo y, contradiciendo lo que había aceptado en 1814, lo hizo sin demoras; así, en noviembre de 1815, en el segundo tratado de París, Gran Bretaña, Francia, Austria, Rusia y Prusia se comprometieron a conjugar sus esfuerzos para <


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