El valle del gusano (fragmento)Robert E. Howard
El valle del gusano (fragmento)

"Me retiré lentamente a medida que el sonar de flautas crecía, retrocediendo a través del enorme umbral. Oí un sonido de roces y golpes y, surgiendo del pozo y cruzando el umbral entre las colosales columnas, emergió danzando una figura increíble. Caminaba erguida como un hombre, pero estaba cubierta de pelo, que era más tupido allá donde debiera hallarse su rostro. Si tenía orejas, nariz y boca no pude descubrirlas. Sólo dos ojos rojizos atisbaban fijamente tras la máscara velluda. Sus manos contrahechas sostenían un extraño juego de flautas en las que soplaba de un modo extraño mientras avanzaba bailoteando hacia mí con grotescos saltos y contorsiones.
Detrás de la criatura oí un sonido obsceno y repulsivo como el de una masa trémula e inestable alzándose del pozo. Dispuse entonces una flecha, tensé la cuerda y mandé la saeta sibilante hacia la bestia peluda que danzaba monstruosamente. Cayó como herida por el rayo, más para mi horror las flautas siguieron sonando aunque habían caído de las manos contrahechas. Entonces di la vuelta y corrí velozmente hacia la columna, por la que trepé antes de mirar hacia atrás. Cuando llegué al pináculo miré y a causa del choque y la sorpresa de lo que vi, a punto estuve de caer de mi inestable altura.
El monstruoso morador de la oscuridad había salido del templo y yo, que había esperado un horror que, con todo, estuviera contenido en algún molde terrestre, contemplé un engendro de pesadilla. De qué infierno subterráneo surgió arrastrándose hacía mucho, mucho tiempo no lo sé, si sé qué negra era representaba. Pero no era un animal, tal y como la humanidad los conoce. Le llamaré gusano a falta de término mejor. No hay ningún lenguaje terrestre que tenga nombre para él. Sólo puedo decir que se parecía un poco más a un gusano que a un pulpo, una serpiente o un dinosaurio.
Era blanco y pulposo, y arrastraba por el suelo su masa trémula como un gusano. Pero tenía grandes tentáculos aplastados y antenas carnosas, y otras probóscides cuyo uso soy incapaz de explicar. Y tenía una larga extremidad que enrollaba y desenrollaba como la trompa de un elefante. Sus cuarenta ojos, dispuestos en un horrendo círculo, estaban compuestos de miles de facetas de otros tantos colores centelleantes que cambiaban y se alteraban en interminable transmutación. Pero durante tales mudanzas de tono y brillo, retenían siempre su maligna inteligencia... inteligencia que se hallaba tras aquellas facetas chispeantes, ni humana ni con todo bestial, sino una inteligencia demoniaca nacida de la noche tal y como los hombres sienten borrosamente en sueños latir titánicamente en los negros golfos fuera de nuestro universo material. En tamaño el monstruo era como una montaña; su masa habría dejado enano a un mastodonte.
Pero incluso mientras me estremecía ante el horror cósmico de la criatura, dispuse una flecha emplumada y la mandé silbando hacia su blanco. La hierba y los arbustos fueron aplastados cuando el monstruo se dirigió hacia mí como una montaña en movimiento y yo envié flecha tras flecha con terrible fuerza y mortífera precisión. No podía errar un blanco tan enorme. Las flechas se hundieron hasta las plumas o se perdieron de vista en la masa inestable, cada una llevando el veneno suficiente como para matar al momento a un elefante macho. Pero siguió viniendo, rápida y asombrosamente, aparentemente insensible tanto a las echas como al veneno en el que habían sido empapadas. Y todo el tiempo la horrenda música era como un enloquecedor acompañamiento, gimiendo débilmente desde las flautas que yacían en el suelo sin que nadie las tocara. "



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