El laberinto de Maal Dweb (fragmento)Clark Ashton Smith
El laberinto de Maal Dweb (fragmento)

"Las puertas a ambos lados del salón, con goznes de ébano y marfil hábilmente emparejados, estaban todas cerradas. En el extremo lejano, Tiglari vio un delgado borde de luz bajo un doble tapiz sombrío. Apartando el tapiz muy suavemente, contempló una enorme habitación, brillantemente iluminada, que parecía ser el harén de Maal Dweb, habitado con todas las chicas que el mago había convocado a su morada. Parecía, de hecho, que había centenares, tumbadas o apoyadas en decorados divanes, o paradas en posturas de languidez o terror. Tiglari distinguió entre la multitud a las mujeres de Ommu-Zain, cuya carne es más blanca que la sal del desierto; las delgadas muchachas de Uthami, que están modeladas con un betún palpitante y que respira; las regias chicas de topacio de la ecuatorial Xala, y las pequeñas mujeres de Ilap, que tienen el color del bronce que empieza a hacerse verde. Pero, entre ellas, no podía encontrar la belleza como de loto de Athlé.
Mucho se asombró ante el número de mujeres y la perfecta inmovilidad que mantenían en sus posturas diversas. Eran como diosas dormidas en un salón encantado de la eternidad. Tiglari, el valiente cazador, estaba pasmado y asustado. Estas mujeres –si en verdad se trataba de mujeres y no de simples estatuas– estaban sin duda sometidas a un hechizo semejante a la muerte. Aquí, en verdad, había una prueba de la hechicería de Maal Dweb.
Sin embargo, para continuar con su búsqueda, Tiglari tenía que atravesar la cámara encantada. Sintiendo que un sueño de mármol podía descender sobre él atravesando el suelo, anduvo conteniendo el aliento y con pasos furtivos de leopardo. En torno a él, las mujeres conservaban su perpetua inmovilidad. Cada una parecía haber caído bajo el hechizo en el instante de una emoción en particular, fuese miedo, asombro, curiosidad, vanidad, cansancio, cólera o voluptuosidad. Su numero era menor de lo que el había supuesto, y el propio cuarto, más pequeño; pero espejos metálicos, que forraban la pared, habían producido una ilusión de multitud e inmensidad.
En el extremo más lejano, apartó un segundo doble tapiz, y miró una cámara crepuscular iluminada vagamente por dos incensarios que despedían un brillo parcialmente coloreado. Los incensarios se levantaban sobre trípodes, uno frente al otro. Entre ellos se levantaba, bajo un baldaquín de algún material obscuro y humeante, con flecos bordados como el pelo de una mujer, una cama, de un color púrpura como la noche, bordeada con pájaros de plata que luchaban contra serpientes doradas.
Sobre la cama, con sombríos ropajes, había un hombre reclinado como agotado o dormido. La cara del hombre era vaga bajo las sombras en perpetuo titubeo; pero no pensó Tiglari que éste fuese otro que el sospechoso tirano a quien había venido a matar. Supo que éste era Maal Dweb, a quien ningún hombre había visto en carne y hueso, pero cuyo poder era manifiesto para todos: el gobernante oculto y omnisciente de Xiccarph; el soberano de los tres soles con todos sus planetas y sus lunas.
Como centinelas fantasmales, los símbolos de la grandeza de Maal Dweb, las imágenes de su terrible imperio, se levantaban para hacer frente a Tiglari. Pero la idea de Athlé era una roja niebla que todo lo borraba. Él se olvidó de sus extraños terrores, su temor del palacio mágico. La cólera del amante despojado, la sed de sangre del hábil cazador, despertaron en su interior. Se acercó al hechicero inconsciente; y su mano se apretó en la empuñadura del cuchillo, afilado como una aguja, que había sido mojado en el veneno de las víboras. "



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