Un tal La Roca (fragmento)José Giovanni
Un tal La Roca (fragmento)

"Fueron a una pieza contigua. Había que bajar dos escalones. El techo era bajo. Se distinguían las vigas. Objetos heterogéneos y coloreados adornaban las paredes.
La Scomunica descolgó un cuchillo con hoja ancha y plana. Sonreía. Maude miró al "salvaje". Sonreía también. Se acercó a su amante con un movimiento instintivo. Devolvió el puñal a su lugar y se dirigió hacia el fondo de la pieza.
Se inclinó sobre un mueble, lo separó ligeramente de la pared, con precaución. Luego, lo miró, casi enternecido como se mira a un niño. Maude no se animaba a tocar las incrustaciones de nácar en la madera oscura. La Scomunica maniobró una manivela corta, en el costado del mueble, y se escaparon unas notas de música, apuradas, con un pozo de aire a veces.
Los dos hombres se miraron. La Scomunica se alejó y se sentó en una cama muy baja. Su amigo dio vuelta la manivela y el organito volcó su canción.
La Scomunica se estiró y cerró los ojos. Maude inmóvil en el centro de la pieza, tuvo la impresión de que ya no existía.
La Scomunica yacía como un muerto y la extraña música seguía amplificándose. Eso lo hacía flotar entre dos aguas.
Se sentía transportado fuera de sí mismo; como desdoblado y se asombraba de sus recuerdos.
Todas las veces era lo mismo. Cuando la música terminó por fin, La Scomunica se sentó y se levantó.
—Todavía anda —dijo como asombrado.
—Marchará siempre —respondió el hombre.
Maude se movió. El ruido de sus talones sobre las baldosas rompió el encanto.
—Es muy viejo ese aparato —dijo.
—Estas cosas no tienen edad —dijo La Scomunica dirigiéndose hacia la salida.
Los dos hombres se saludaron apenas antes de separarse y Maude notó que su compañero no había pagado la adición.
En el auto que los llevó al centro de la ciudad, La Scomunica retomó el hilo de sus ideas.
—Esta Marcelina, tengo ganas de ir a verla en seguida.
—Sólo funciona a partir de las tres, cuatro horas esa casa. Vas a encontrar a las muchachas comiendo si logras que te abran.
—Me abrirán. ¿Queréis esperar en el auto?
—Si no se alarga mucho...
—Me asombraría que se alargara mucho.
Antes de ir a lo del abogado que defendía a Xavier prefería informarse un poco. Para no hacer ver a Maude inútilmente detuvo el auto en una calle perpendicular y subió con tranquilidad la calle Mission-de-France.
Una casa cerrada, está cerrada. Llamó a una puerta de aspecto áspero. El timbre debía sonar en las profundidades del inmueble. Apenas lo escuchó. "



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