Solo en Berlín (fragmento)Hans Fallada
Solo en Berlín (fragmento)

"Para los Quangel la mañana no fue tan fructífera, al menos las explicaciones tan ansiadas por Anna no llegaron.
–Nooo –dijo Quangel contestando a sus ruegos–. Nooo, mamá, hoy no. El día ha empezado mal, en un día así no puedo hacer lo que de verdad me apetece. Y si no puedo hacerlo, tampoco deseo hablar de ello. Quizá otro domingo. ¿Lo oyes? Ya vuelve a deslizarse por la escalera uno de los Persicke. Bueno, que lo haga. ¡Con tal de que nos dejen en paz!
Ese domingo, sin embargo, Otto Quangel mostraba una ternura inusual. Anna pudo hablar de su hijo caído todo lo que quiso, no le prohibió hacerlo. Incluso repasó con ella las escasas fotos que tenía del hijo, y cuando volvió a echarse a llorar, le pasó la mano por los hombros y la consoló.
–Déjalo, mamá, déjalo. Quién sabe si no ha sido para bien, con todo lo que se va a ahorrar.
Así que ese domingo, incluso sin charla, fue bueno. Hacía tiempo que Anna no veía a su marido tan tierno, era como si el sol brillase otra vez, la última, sobre la tierra antes de la llegada del invierno, que ocultaba la vida bajo una capa de hielo y nieve. En los meses siguientes la frialdad y el laconismo de Quangel aumentaron y ella recordó con frecuencia ese domingo, que constituía al mismo tiempo su consuelo y su estímulo. "



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