El samurái (fragmento)Shusaku Endo
El samurái (fragmento)

"Me incliné profundamente y salí de la habitación. El cardenal permaneció en su silla, mirando por la ventana. No sé qué pensaba.
El triste grupo de japoneses emergió de la fortaleza de Santa Severa, cuyas murallas estaban manchadas de excrementos de paloma y deterioradas por las recientes tormentas. Como una fuerza protectora, todos rodeaban a Nishi Kyusuke, quien acababa de recuperarse de su enfermedad, y descendían perezosamente al valle. El samurai, que cabalgaba al lado de Tanaka y Velasco a la cabeza del grupo, se volvía ansiosamente hacia su compatriota de vez en cuando y aguardaba a los rezagados. Cuando atravesaban Nueva España, a pesar del ardor del sol, la esperanza aligeraba sus pasos. Pero ahora que sus esperanzas habían desaparecido, los japoneses, por así decirlo, arrastraban los pies. Ninguno tenía la ilusión de que las cosas mejoraran en la capital llamada Roma. Fueran a Roma o a cualquier otro país, sabían que su viaje era ya inútil. Lo único que les faltaba era dar el toque final a esa empresa insensata. Si no lo hacían, no tendrían ningún pretexto para regresar. El viaje, que durante tanto tiempo los había llevado de una ilusión a otra, tocaba a su fin.
Ya era primavera. Los almendros estaban cubiertos de florecillas rosa claro y un campesino trabajaba activamente con su hoz. Miró a la curiosa procesión con los ojos muy abiertos. Para ese campesino, los japoneses, con vestiduras largas como las de los árabes, el obi a la cintura y el pelo recogido en lo alto de la cabeza, parecían visitantes de un país tropical. Abandonó la hoz en el suelo y corrió a su casa.
Las flores y el canto de las aves no despertaron ninguna emoción en el samurai.
Ya no lograba sentir añoranza siquiera por la primavera en la llanura. Meramente entregado al movimiento de su caballo, seguía a Velasco. ¿Cuántas veces, se preguntaba, lo había traicionado ese hombre? Cada vez que le había inspirado esperanzas, éstas se habían derrumbado. Y ahora todavía perseguían otra ilusión. Pero su alma fustigada ya no tenía voluntad suficiente para odiar al misionero. "



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