Riqueza de los sentimientos (fragmento)Miguel Espinosa
Riqueza de los sentimientos (fragmento)

"Melancolía deferida, alegría sin causa, ternura sin estímulo, incitante calma, fatal ensimismamiento, feliz entusiasmo, sensación de espera, tenue ensueño, visión de claros espacios, lenta recreación. He aquí algunos de los sentimientos gozados en la adolescencia, amén de otros más indefinidos, que apenas pueden ser investigados ni descritos.
Sentimientos producidos por la presencia de objetos inanimados, por el transparente aire, por el sol del otoño, por la humedad del campo, por el verde del bosque, por el brillo de la piedra. Sentimientos ante el ingenuo día, la densa noche, la graciosa mañana, la pacífica tarde. Sentimientos nacidos de contemplar la estampa de la mujer, el movimiento de sus piernas, su diverso andar, su modo de hablar, su mirar y su mundo todo, tan particular frente al del muchacho. Sentimientos generados por el rostro humano, la figura animal, el sillar levantado y el arte de remotas culturas. Sentimientos aparecidos al comulgar con el tiempo, segundo a segundo, hasta hacer fundir el ánimo con los instantes, como madeja que se devana continua y sin parar, suave y silenciosa. Sentimientos germinados al escrutar el pasado, lo más irreversible de cuanto puede existir, lo lejanísimo, lo inaccesible, lo fugado para siempre. Sentimientos advertidos al pretender objetivizar y aprender el propio yo, que fluye como el humo, desvaneciéndose, o como las partículas del radio, de manera perenne y eterna, jamás detenida. Sentimientos revelados en el intento de descubrir, en introspección, la fuente interior de uno mismo, la idea que regula todas las ideas del yo, y la emoción que determina todas las emociones, matrices nunca halladas.
Sagrados sentimientos de indecible afecto hacia los padres y personas particularmente amadas, por compartir en el mismo rincón el suceso de la vida. Misteriosos sentimientos del ser en soledad; sentimientos que formulan preguntas, como si, en lo más profundo, la emoción fuera igual al intelecto, y, por tanto, capaz de representarse el mundo, enjuiciar y concluir. ¿No os ha ocurrido, en ocasiones, sentir llegar a la mente una cuestión, originada en un lugar más hondo, a la manera de un cuerpo que surgiera del fondo y flotara sobre la superficie de unas aguas?
A cada uno de aquellos sentimientos correspondía un deseo igualmente indefinido e indecible. Voluntad de existir lentamente, habitar el contento, poseer norma, tener criterio, saber el camino, desvelar lo vedado, escuchar y estar en paz. Voluntad de apurar la mañana, la tarde, el día y la noche. Voluntad dirigida hacia la presencia y formas de la mujer; deseo del calor que da el ser; deseo de palabras; deseo de mirar y quedar mirado por los ojos que revelan un ánimo dispuesto. Voluntad de apartamiento y voluntad de compañía; deseo de sucesos. ¡Multitud de inenarrables deseos!
«Atenea, la diosa, creó la lógica, en cuanto estructura formal de la razón, y esto fue en ella una arbitrariedad» decía un enemigo de Aristóteles, llamado Cércidas, que habiendo vivido después de Sócrates, pretendía, ante todo, ser presocrático.
¡Luminosa sentencia! La razón y su guía, la lógica, fueron inventadas por los dioses al configurar el mundo, resultando, así, tan terrenas como la montaña y la hormiga. Por el contrario, los sentimientos parecen venir de un origen más lejano e increado, por lo cual son también más imprecisos e inaprehensibles que las ideas y juicios: no pueden ser expresados como los números de Pitágoras.
«Me aterra escribir, pues la mecánica del discurso quiebra la continuidad de la conciencia y parcela sus sentires. Cuando cojo el punzón, dejo mucho en el camino, y no porque me falten signos, sino porque no hay fórmulas para pensar lo que siento, y lo impensado niega el lenguaje» ―exclamaba, en el siglo III, un tal Fenicio de Agrigento.
Y hablaba verdadero. Lo que se dice con significado, nace ya dicho, y, por ello, con estructura determinada. Existen muchas cosas esencialmente inefables, y en cuanto dichas, mistificadas por el vocablo y sus reglas de conexión. No cabe poesía precisa; la intimidad es inexpresable.
¡Sentimientos y deseos indecibles de mi adolescencia y de otras adolescencias!, venturosos acaecimientos, siempre inéditos, surgidos y quedados en la interioridad, yo os amo, porque simbolizáis el espíritu a punto y la fecunda lozanía. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com