Más afuera (fragmento)Jonathan Franzen
Más afuera (fragmento)

"La situación nunca es estática, claro está. Leer y escribir narrativa es una forma de compromiso social activo, de conversación y competición. Es una manera de ser y devenir. De algún modo, en el momento adecuado, cuando me siento especialmente perdido y melancólico, siempre hay un nuevo amigo con quien entablar relación, un viejo amigo del que distanciarme, un antiguo enemigo a quien perdonar, un nuevo enemigo a quien identificar. De hecho —y ya me extenderé sobre esto más adelante—, me resulta imposible escribir una nueva novela sin antes encontrar nuevos amigos y enemigos. Para empezar a escribir Las correcciones, entablé amistad con Kenzaburo Oe, Paula Fox, Halldór Laxness y Jane Smiley. Con Libertad, encontré nuevos aliados en Stendhal, Tolstói y Alice Munro. Durante una época, Philip Roth fue mi nuevo enemigo a ultranza, pero de un tiempo a esta parte, inesperadamente, ha vuelto a ser amigo. Aunque todavía hago campaña contra Pastoral americana, cuando por fin leí El teatro de Sabbath, su temeridad y ferocidad me inspiraron.
Hacía mucho que no sentía tanta gratitud hacia un escritor como al leer la escena de El teatro de Sabbath en que el mejor amigo de Mickey Sabbath lo sorprende en la bañera con la foto y unas bragas de la hija adolescente de aquél, o la escena en que Sabbath encuentra un vaso de plástico en el bolsillo de su guerrera y decide humillarse pidiendo limosna en el metro. Puede que Roth no me quiera como amigo, pero a mí me complació, en esos instantes, poder considerarlo tal. Me complace presentar la brutal comicidad de El teatro de Sabbath como una corrección y un reproche al sentimentalismo de ciertos escritores jóvenes estadounidenses y críticos no tan jóvenes que parecen creer, desafiando a Kafka, que la literatura consiste en ser agradable.
La segunda pregunta perpetua es: ¿Qué horario de trabajo tiene y con qué escribe?
A quienes la formulan, esta pregunta debe parecerles la menos arriesgada y la más cortés. Sospecho que la gente se la plantea a un escritor cuando no se le ocurre ninguna otra. Sin embargo, para mí es la más perturbadoramente personal e invasiva. Me obliga a imaginarme sentado ante mi ordenador cada mañana a las ocho: ver de forma objetiva a la persona que, sentada a su ordenador por la mañana, sólo quiere ser una subjetividad pura e invisible. Cuando trabajo, no deseo que haya nadie más en la habitación, ni siquiera yo.
La tercera pregunta es: He leído una entrevista a un autor que dice que, mientras escribe una novela, llegado un punto los personajes «asumen el control» y le indican qué hacer. ¿A usted también le ocurre?
Ésta siempre me sube la tensión. Nadie la contestó mejor que Nabokov en su entrevista en Paris Review, donde señaló a E.M. Forster como origen del mito sobre la «toma de control» por parte de los personajes. Afirmó que, a diferencia de Forster, que dejaba que sus personajes se fueran por su cuenta en su Pasaje a la India, él hacía trabajar a los suyos como «galeotes». Obviamente, la pregunta también le subía la tensión a Nabokov.
Cuando un escritor hace una afirmación como la de Forster, lo mejor es pensar que se ha equivocado. Más a menudo, por desgracia, percibo un tufillo de auto engrandecimiento, como si el autor intentara distanciar su obra de la elaboración mecanicista de la trama, propia de las novelas de género. Querría hacernos creer que, a diferencia de lo que ocurre con esos escritorzuelos que pueden decirnos por adelantado cómo acabarán sus libros, su propia imaginación es tan poderosa y sus personajes tan reales y vividos que no posee control sobre ellos. También aquí es mejor pensar que no es verdad, porque la idea misma presupone una pérdida de voluntad autoral, una abdicación de la intención. La principal responsabilidad del novelista es crear sentido, y si de algún modo pudiera delegar esa función en sus personajes, por fuerza él mismo estaría eludiéndola. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com