El Zar (fragmento)Deborah Alcock
El Zar (fragmento)

"Era un consuelo insuficiente, pero la pena de Stefan fue apaciguada por la gentileza de la gente. Se inclinó sobre el niño y lo besó en la frente. No había tiempo para nada más y si quería llegar a diferentes lugares a bordo de la embarcación, debía darse prisa.
El barquero, mientras tanto, estaba explicando sin mucha convicción la causa de su demora, espesándose su discurso con la ayuda del vodka. Un grupo de boyardos -altos y poderosos- había llegado a la casa de postas en el camino hacia Moscú y el dueño de la casa se había mantenido muy ocupado en cumplimentar sus diligencias la noche anterior y esa misma mañana. Era fácil ver con qué moneda sus servicios habían sido pagados. Había bebido tanto vodka que apenas era capaz de remar, y por otra parte resultaba demasiado molesto para su seguridad, por no decir para la comodidad de Iván, que nunca antes había viajado a través del agua, de modo que pronto, y no sin razón, se asustó. Cuando llegaron a la mitad del río, el barquero se mostró tan manifiestamente incapaz que el propio Stefan se ofreció a tomar los remos. Los campesinos rusos generalmente están de muy buen humor, incluso cuando se hallan bajo la perniciosa influencia del vodka, pero el barquero, por desgracia, era hosco y tenaz por naturaleza, y groseramente se negó a ceder su vez. Durante unos minutos, Stefan esperó en silencio y luego al ver que el hombre permitía que el barco fuera a la deriva, corriendo peligro sus vidas, intentó arrebatarle los remos a la fuerza. El barquero se resistió y mantuvieron un forcejeo, ocultando Iván el pánico que sentía. Los dos hombres pugnaban de pie, golpeándose y empujándose violentamente, mientras que la frágil embarcación se tambaleaba y mecía bajo sus imprudentes pies. Uno estaba ebrio; el otro, enojado y con un sentimiento de amargura en el alma. Finalmente, Iván oyó un fuerte chapoteo cerca de él. Apresuradamente se destapó los ojos y vio cómo las aguas cercaban al infortunado Stefan, y lanzó un grito de terror. Para su gran alivio, Stefan regresó a la superficie y uno de los mujiks, tomando su remo, se lo ofreció. El otro había perdido su presencia de ánimo, o tal vez con mayor probabilidad había sido herido al caer de el barco. En todo caso, no hizo el más mínimo esfuerzo para atrapar el remo y los mujiks -ignorantes, estúpidos y torpes, aunque no carentes de amabilidad- lo dieron por perdido. De hecho su situación era bastante crítica, pero se las arregló para llegar a la orilla de alguna manera. El rostro del barquero adquirió un cariz serio a causa del shock, manifestando de forma estúpida su dolor a causa de todo lo que había sucedido. Pero los otros le rodearon y le instaron a buscar el cuerpo del pobre Stefan, para que por lo menos pudiera ser enterrado como un cristiano. El barquero consintió en hacerlo y la tarea de encontrarlo resultó inesperadamente fácil, puesto que en medio del río, a una isla en miniatura con un único árbol que crecía sobre ella había sido arrastrado el cuerpo, llevado hacia abajo por la fuerte corriente fluvial. El grupo, en medio de un lúgubre silencio, esperó en la orilla mientras el barquero y dos de los mujiks volvieron, trayendo consigo su solemne carga, que depositaron con tristeza y reverencia sobre la hierba, bajo el sol de aquella radiante mañana. "



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