La catedral y el niño (fragmento)Eduardo Blanco Amor
La catedral y el niño (fragmento)

"El final de aquella tarde fue horrible. Yo estaba cansado y soñoliento, no obstante lo cual, apenas llegamos a casa, la madrina me peinó y me condujo, sin dejarme tomar aliento, a las visitas de familia y de cumplido. Por las calles nos encontramos con otros niños también de primera comunión, que hacían las mismas visitas. Las madres espiaban mi traje y mis lucientes chinelas con un gesto entre despectivo y maravillado. La tía saludaba a diestro y siniestro, sin hablar, con cabezazos equinos, muy pronunciados, y ladeando ligeramente la antuca que llevaba abierta sobre el hombro derecho y que, a veces, pinzaba, tomando la punta de las varillas, con los dedos de la mano izquierda; gestos todos ellos de consentida coquetería y de extrema distinción entre las señoritas de Auria. También ella, de vez en cuando, lanzaba un vistazo disimulado a la ropa de los otros chicos. Cuando pasaron los nietos de Cuevas, que era el jamonero más rico de la localidad, la tía musitó complacida, haciendo girar la sombrilla:
—No sé si está bien que provoque tu naciente vanidad masculina, pero llevas el traje más caprichoso de este año. ¡Qué ello estimule tu gratitud hacia tu tía y madrina! —y acercó a los labios, para interceptar un regüeldillo que le bullía en los adentros como resultado de la comilona, el pañizuel de encajes que llevaba siempre trabado en los dedos con un aire de infantina seronda.
Estuvimos en casa del fiscal, cuyas hermanas, unas viejas chochas llenas de apresuramientos sin motivo, se agitaron febrilmente en cuanto entramos, haciendo tintinear sus collares y dijes, para traernos corriendo tarta de almendras y espeso licor de café.
El ama de llaves —otros decían la antigua manceba— de don Camilo el procurador, tomada de inoportuna piedad, me hizo rezar dos padrenuestros en una saleta donde habían entronizado, aquella misma mañana, el Sagrado Corazón de Jesús, en lamentable versión de la imaginería salesiana. Luego me regaló un pesado cartucho de rosquillas de Allariz, que quedó en mandarme por una criada. Sólo en casa de Consuelo, prima carnal de mi madre, me sentí realmente bien. Era una casa de gente franca y alegre donde parecían estar siempre de buen humor, y cada vez que íbamos nos recibían con una cordialidad sorprendidísima, como si acabásemos de resucitar. "



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