Por una causa justa (fragmento)Vassili Grossman
Por una causa justa (fragmento)

"La guerra sorprendió a Krímov en una época difícil de su vida. Después de separarse de él en invierno de 1941, Yevguenia Nikoláyevna vivía a caballo entre la casa de su madre, la de su hermana mayor Liudmila y la de una amiga en Leningrado. En las cartas que escribía a Krímov le hablaba de sus planes, de su trabajo y de sus encuentros con amigos. El tono de aquellos escritos era sereno y amigable, como si Yevguenia Nikoláyevna se hubiese marchado de visita y no tardara en regresar.
En una ocasión ella le pidió que le enviara dos mil rublos, y Krímov accedió encantado. Sin embargo, se molestó cuando, al cabo de dos meses, ella le hizo una transferencia devolviéndole el dinero prestado.
A Krímov le habría resultado más fácil encajar la ruptura si Yevguenia Nikoláyevna hubiera dejado de escribirle. Aquellas cartas, que llegaban cada mes y medio o dos, le atormentaban. Las esperaba con impaciencia, pero su tono tranquilo y amigable le entristecía. Si Yevguenia Nikoláyevna refería, por ejemplo, una salida al teatro, Krímov se desentendía de lo que ella opinaba sobre la obra, los actores y los decorados, preocupado tan sólo por leer entre líneas intentando adivinar con quién había ido, quién se había sentado a su lado en la sala y quién la había acompañado del teatro a casa, cosa de la que ella jamás hacía mención alguna…
El trabajo no colmaba de satisfacción a Krímov, aunque se aplicaba con celo, desde la mañana hasta la noche. Era jefe de departamento en una editorial dedicada a temas económicos y sociales. Debido a su cargo, se le amontonaban las lecturas y las correcciones, amén de tener que acudir a numerosas reuniones.
Después de que Zhenia se hubiera marchado, los conocidos de Krímov empezaron a visitar cada vez menos su casa, que se había vuelto inhóspita y siempre olía a tabaco. Sus antiguos compañeros de trabajo, que antes iban a verlo para contarle las novedades, compartir con él sus preocupaciones y pedirle consejo o apoyo, rara vez le visitaban o le llamaban por teléfono tras entrar a trabajar en la editorial. Los domingos, en casa, miraba de cuando en cuando el teléfono esperando que alguien le llamara. Sin embargo, en ocasiones el teléfono no sonaba en todo el día, y si lo hacía, resultaba ser, para disgusto de Krímov, algún colaborador que quería tratar con él un asunto de trabajo o algún traductor que empezaba a hablar cansada y profusamente sobre el libro en que trabajaba.
Krímov escribió a su hermano menor Semión, afincado en los Urales, proponiéndole que se trasladara con su mujer y su hija a Moscú, con la promesa de cederles una de las habitaciones de su apartamento. Semión era ingeniero metalúrgico y había trabajado varios años en Moscú después de licenciarse. En todo aquel tiempo no logró que le concedieran una habitación en la capital, así que tuvo que instalarse en las afueras: ya en Pokróvskoye-Stréshnevo, ya en Vishniakí, ya en Losinka, por lo que tenía que levantarse a las cinco y media de la mañana para no llegar tarde a la fábrica.
En verano, cuando muchos de los moscovitas se trasladaban a sus dachas, Semión alquilaba una habitación en la ciudad por espacio de tres meses; entonces Lusia, su mujer, tenía la oportunidad de gozar de las comodidades propias de una vivienda urbana: electricidad, gas y bañera. Durante aquellos meses podían descansar de las estufas humeantes, de los pozos de agua helada en enero y de las montañas de nieve a través de las cuales había que abrirse paso camino de la estación de tren antes de que amaneciera. "



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