Reflexiones sobre la revolución de Francia (fragmento)Edmund Burke
Reflexiones sobre la revolución de Francia (fragmento)

"Es una impostura cruel e insolente decir al pueblo, que la dilapidación de la renta pública le es ventajosa. Unos hombres políticos, antes de vanagloriarse de haber procurado algún alivio al pueblo por la ruina de la renta pública, deberían haber meditado atentamente sobre la solución de este problema. ¿Es más ventajoso al pueblo pagar mucho y ganar en proporción, o ganar poco, o tal vez nada, y estar exonerado de toda contribución? Por lo que a mí toca, está ya resuelto; me decido en favor de lo primero. Tengo la experiencia en mí mismo, y también me inclino a las mejores opiniones. La parte fundamental de la ciencia de un verdadero político estriba en saber mantener el equilibrio entre los medios de adquirir que pertenecen a los súbditos, y las necesidades del estado a que deben contribuir. Los medios de adquirir son primeros en tiempo y en orden: el buen orden es el fundamento de todas las cosas buenas. Para que el pueblo sea capaz de adquirir y de contribuir, es necesario que sin ser esclavo sea dócil y obediente; que los empleados públicos tengan la dignidad correspondiente, y las leyes su autoridad. No deben desarraigarse del espíritu del pueblo con maniobras los principios naturales de la obediencia; es necesario que respete las propiedades que no le han tocado en suerte. Debe trabajar para adquirir lo que se puede obtener por el trabajo; y si sucede, como muchas veces, que los frutos no corresponden a sus esfuerzos, debe aprender a buscar sus consuelos en las altas disposiciones de la justicia eterna. Decir otra cosa es aniquilar la industria, cortando la raíz de toda facultad de adquirir y conservar: es obrar como un cruel opresor, como el más despiadado enemigo del pobre y del desdichado, porque se le priva de este consuelo; como enemigo del industrioso que prospera y acumula, porque haciéndole entrar en tan pérfidas especulaciones, se le expone a ser presa de los desidiosos, de los arruinados, o de los que no han podido alcanzar nada.
Muchos economistas de estado no ven en la hacienda pública más que plata, circulación, rentas perpetuas, rentas con derecho de aumento, pagamentos que comprenden el rédito y una parte del capital, y otras mil menudencias semejantes a las de una tienda. En un estado bien ordenado no deben despreciarse estas cosas, ni verse con indiferencia la ciencia que las tiene por objeto. Son buenas con tal que participen de los efectos del buen orden establecido, y que reposen sobre él. Pero si los hombres se figuran que estas invenciones miserables podrán servir de recursos cuando resulten los males consiguientes a la ruina de los fundamentos del orden público y a la subversión de todos los principios de la propiedad, no harán otra cosa que levantar sobre los escombros de su propia patria un monumento lastimoso y duradero de los efectos de una política inconsiderada, y de una sabiduría presuntuosa, limitada y poco previsora. "



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