El inocente (fragmento)Joaquín Calvo Sotelo
El inocente (fragmento)

"Dominico.- (De rodillas, vacía su conciencia en un monólogo, dicho en un tono convulso y desordenado.) Padre, estoy preocupadísimo y por eso vengo a usted. No, por Dios, no me pregunte cuándo fue la última vez, que ni me acuerdo. Veinte, veinticinco o treinta años. ¿Que rece el Yo pecador? No sé cómo empieza ni cómo acaba. Oiga, padre, le suplico que no me ponga pegas. ¿Puedo contarle como a un amigo lo que me pasa? Si es así, continúo; si no, me voy y mala suerte. Gracias, padre. No..., no, no es nada de mujeres. Oiga, lo de ustedes es ya obsesivo. ¿Sabe lo que dice el capitán García Rojas, que es muy brutote? ¿No se enfadará? Pues dice que va a hacer campaña para que pongan el sexto mandamiento entre las obras de Misericordia. (Se ríe estrepitosamente. Como, sin duda, el comentario del padre es un poco adusto, recoge velas.) No, no he venido a darle conversación... Es que... (Confidencial, casi mimoso.) Oiga, lo del capitán no lo tome como una falta de respeto; que es una chirigota... Sí, sí, al grano. Le explicaré de qué se trata. Yo trabajo en una empresa. ¿Verdad que no necesita saber cuál es? Ya me lo suponía. Por mi parte, lo prefiero, así le hablo más a las claras. Es una empresa muy importante... No, no tanto como el I.N.I., no... Caramba, es que, perdóneme, hace usted unas comparaciones de caballo. Pero aunque no sea el I.N.I. es importante, vaya, y estoy en el departamento de contabilidad. No, si no necesita usted entender de contabilidad para entenderme a mí... Lo que le voy a explicar es muy sencillo. Resulta que en lugar de llevar una contabilidad se llevan tres... ¿Que por qué se triplica el trabajo? No, no es inútilmente... Es porque cada una es distinta a la otra. Ah, ya cae, ¿no? Entonces, en una se llama al pan pan y al vino vino, y se pone todo tal y como es, sin marrar ni un céntimo. Esa sirve para los capitostes. ¿Comprendido? Exclusivamente para ellos. Después hay otra, que es la que se enseña a los accionistas y en la que sólo se pone lo que conviene a los capitostes que se sepa. Y después, otra tercera para la Hacienda, llena de desastres. El activo que disminuye que es una pena; el pasivo que no se amortiza nunca; la cuenta de resultados, cada uno peor que el otro, y la de pérdidas y ganancias, con muchas pérdidas y ninguna ganancia. Así al accionista le metemos gato por liebre y a la Hacienda la toreamos... Un capotazo por aquí, otro capotazo por allá, sus banderitas y... hale..., la estocada hasta el morro. ¿Usted cree que eso está ni medio bien? Olé que sí, padre, que tiene usted razón, que eso es una canallada. ¿Y qué puedo hacer en vista de todo ello? Porque usted comprenderá que el problema es de aúpa. Pensando, pensando, yo encuentro cuatro salidas. Primera: hacerme el longui, achantar la mui. ¡Coserme la boca, padre! Pero si me callo, juego una mala pasada a mi conciencia y yo mismo quedo ante mis ojos en mal lugar. Segunda salida: eso tan amargo, dimitir. Y tal día hizo un año. ¡Concho! Y usted perdone. ¡Menuda salida!, pero me quedo con veinte duros por junto y a morirme de hambre tocan. Tercera salida: darles cara. Ah, no, yo tengo más temperamento que el Cid Campeador, y en realidad eso es poco decir, porque, al fin y al cabo, el Cid era sólo de caballería. Más que Napoleón, eso sí, que fue artillero como yo, y le canto las cuarenta al lucero del alba y ¡ancha es Castilla! Queda la cuarta salida, la última: denunciarles. La palabrita suena regular, lo comprendo. Y es porque se le ha hecho mal ambiente y el denunciante parece como un traidor, pero el denunciado, ¿no es el que de verdad traiciona a los demás, el que nos traiciona a todos? Ya está: les denuncio. Ahora bien, denunciarles así, sin prevenirles, sería poner en la picota a quienes, al fin y al cabo, me colocaron en su contabilidad, y yo no hago faenas a nadie. (Como iluminado por una idea repentina.) Ay, ay, que empiezo a ver claro. ¡Si confesarse es buenísimo...! Yo me voy al jefe y le digo: Lo que está pasando aquí es muy feo. Espero hasta tal fecha para que rectifiquen, y si no... (Con menos entusiasmo.) ¿Eh? ¿Qué opina usted de esa solución, de esa quinta salida? ¿Se da cuenta del berenjenal en que estoy metido? Óigame, padre, yo he visto la iglesia abierta y me he dicho: «A lo mejor me sacan de este lío...» Y eso es todo lo
que quería contarle, padre cura. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com