El síndrome de Ulises (fragmento)Santiago Gamboa
El síndrome de Ulises (fragmento)

"En el siguiente curso de literatura, Salim rompió su denso silencio para opinar sobre un cuento de Juan José Arreola llamado La migala, pero lo hizo en francés, algo que irritó a nuestro profesor chileno, megalómano y gritón, quien, de cualquier modo, no se atrevió a corregirlo y menos a insultarlo, como la vez anterior, pues algo en su conciencia le hacía saber que era el responsable del mutismo del joven marroquí, así que lo aceptó, aunque enrojeciendo de cólera, algo muy visible en su cuello y mejillas, y poco después acabó la aburrida clase y pudimos bajar a la calle. Salim estaba muy contento por haber participado con una idea que juzgaba original, y por eso sonreía. Yo en cambio no dejaba de pensar en Victoria. Al día siguiente llegaba a París (me lo había dicho Joachim), lo que me generó una tremenda ansiedad, pues no había llamado para que fuera a buscarla a la estación del tren. Había que tener paciencia y el tiempo es lento, así que nos dirigimos al café de siempre, dos calles más allá, donde nos esperaba Gastón Grégoire.
Le había dado cita tras una llamada suya el día anterior, y en efecto ahí estaba, en una de las mesas del fondo, con su gabardina y su bufanda puestas en medio del calor del local, algo que nunca comprendí (¿por qué calientan tanto los interiores?) y me desagradaba, y al vernos, o más bien al verme a mí, pues aún no conocía a Salim, levantó un brazo e indicó su mesa. Hola, amigo, dijo. Le presenté a Salim y se dieron un apretón de manos. Tenía un libro abierto, Mil mesetas, de Gilles Deleuze, que de inmediato cerró y guardó en su maletín, y volvió a decir: así que dos estudiantes de letras, un colombiano y un marroquí, son mis compañeros de investigación, eso está bien, vale la pena celebrarlo, pero al decir esto enrojeció súbitamente y una lágrima asomó detrás de sus gafas. Disculpen, estoy preocupado por Néstor, he estado buscando en comisarías y hospitales, incluso en las morgues, y no hay nada, absolutamente nada. No puedo creer que se haya ido, pero tendremos que considerar esa posibilidad, ¿tú averiguaste algo?, me preguntó, pero yo no había cumplido la promesa de buscar en los centros de asistencia a inmigrantes, así que le dije, no, lo siento mucho, sólo pude hablar con dos centros de ayuda médica gratuita y en ninguno registraron ese nombre.
Entonces Gastón dijo: bueno, amigos, debemos organizarnos mejor... Hay que buscar de un modo sistemático, partiendo de una premisa a la que espero encontremos una respuesta, y es muy sencilla: si no está herido o si no se hizo daño, quiere decir que no está en París, y bien, la pregunta es, ¿por qué se fue sin decirlo a nadie? Salim, que hasta ahora había permanecido callado, dijo con mucha seguridad: por vergüenza, no lo dijo a nadie por vergüenza. Sus palabras cayeron sobre la mesa como piedras, creando un silencio denso, ¿por vergüenza?, repitió Gastón, ¿vergüenza de qué?, y Salim dijo, no lo sé, no puedo saberlo, es muy humano escapar de las cosas que hemos hecho y nos avergüenzan. Gastón se quedó un rato callado, y dijo, podría avergonzarse de ser homosexual, pero eso no se soluciona huyendo, así que queda descartado, y yo dije, sí, queda descartado. Pensé en su noche con Sophie, pero no me atreví a mencionarla, pero supuse que debía hablarle, por fuerza mayor, e intentar saber qué había ocurrido, ¿se habrá enamorado de ella?, ¿habrá pretendido algo y al ser rechazado decidió escapar? Todas las hipótesis eran insatisfactorias, pues nada de lo que pasara con la joven profesora de francés debería suponer un impedimento para continuar su trato con Gastón, que pertenecía a otro mundo y era secreto, una vida distinta sin comunicación con la del inmigrante colombiano y los grupos de exiliados, pero en fin. "



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