El enigma Valfierno (fragmento)Martín Caparrós
El enigma Valfierno (fragmento)

"Yves Chaudron le ordenó a su mujer redonda rusa un vaso de agua para sus remedios y me dijo que al principio Buenos Aires le había resultado tan intimidante como París pero por otras razones: que era un lugar salvaje.
-Era un lugar salvaje, donde todo estaba por hacerse, o parecía. Usted no sabe la energía que circulaba por esa ciudad: toda esa gente que recién llegaba, que traía la fuerza del hambre o de las esperanzas y estaba agazapada buscando su oportunidad para saltar. Créame, no es porque sea yo: daba un poco de miedo.
Chaudron tardó un par de semanas en conseguir su primer empleo: un fotógrafo portugués lo contrató para que hiciera retratos a la acuarela de sus clientes -y por un precio razonable les ofrecía la pintura junto con la foto. Era una buena idea -en los retratos los clientes salían más favorecidos que en las fotos, me explicó- y el portugués empezó a ganar mucho dinero, pero Chaudron se tenía que contentar con un sueldo que apenas le alcanzaba para pagar la pieza y la comida. Lo habría soportado, me dijo, si no hubiese estado medio enamorado de una costurera yugoslava que le echaba en cara su pobreza. Al otro lado del salón Ivanka volvió a interrumpir su bordado para escuchar mejor. Estaba sentada justo debajo del cuadro; de pronto se me ocurrió que la cara de la virgen falsa se parecía mucho a la de Valérie según Valfierno. Por algo no se sonreía.
-Entonces pensé que no necesitaba al portugués ese, que yo podía hacer retratos por mi cuenta y me hice unas tarjetas ofreciendo mis servicios. Yo había pensado que iba a ser difícil conseguir clientes, pero ya entonces Buenos Aires daba para todo. El problema, en realidad, fue cuando quise retratarlos: les pedía que posaran y trataba de pintarlos pero no podía, no había forma de que me salieran parecidos. Con las fotos no tenía problemas; con el modelo vivo no había caso. La verdad, no tendría que haberme sorprendido: era lo mismo que me pasaba acá antes de irme. Pero debo haber creído que con eso de cambiar de país, de empezar una vida nueva, iba a ser capaz de pintar al natural y descubrí que no que yo seguía siendo yo, el mismo en otro continente. Fue muy decepcionante.
Chaudron buscó un fotógrafo con quien reconstruir el arreglo que tenía con el portugués: tardó meses y meses en volver al punto de partida. Entonces sí se resignó: durante años mantuvo su trabajo de retratista de segunda mano. Ya ganaba lo suficiente para alquilar un pequeño departamento, sacar a pasear a la yugoslava y ahorrar algún dinero; no tenía ambiciones y pensó que su vida podía seguir así durante mucho tiempo.
-O para siempre. En realidad yo creía que iba a ser así para siempre, pero usted sabe cómo es, hay palabras que la gente como yo no se atrevía a decir.
No le pregunté a qué llamaba la gente como él: ya me iba dando cuenta. Había empezado el siglo cuando se consiguió un empleo que le daría más dinero y, sobre todo, más estabilidad: se enteró de que las autoridades del Correo buscaban un dibujante para diseñar sus estampillas.
-Yo nunca lo había hecho, imagínese, pero los argentinos todavía eran muy ingenuos y creían que cualquier francés era capaz de cualquier cosa. Me presenté, me contrataron. Y después, con el tiempo, también me contrataron otros para hacer lo mismo.
-¿Qué quiere decir?
-Lo que le dije, Becker, no se haga el tonto. Que había otros que me pagaban mucho más por los mismos dibujos.
__¿Coleccionistas?
-Becker, por favor. Lo hice, gané bien. Quizás usted no sepa qué poca diferencia hay entre trabajar de un lado de la ley o del otro lado. Sería normal que no lo supiera. Afortunadamente la mayoría de la gente cree que es muy distinto: si no fuera por eso, el mundo sería un caos.
-Disculpe, pero no entiendo muy bien lo que me dice.
-Da lo mismo. Me dijo Chaudron, sin hacerme el menor caso: por momentos su humildad se transformaba en un desprecio sin alardes. Por momentos parecía claro que no me hablaba a mí, que no me necesitaba para nada. "



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