Diabulus in musica (fragmento)Espido Freire
Diabulus in musica (fragmento)

"Moví la cabeza muy despacio.
—No lo hagas —le pedí.
Sin embargo, dos días más tarde, mientras el resto de sus amigas corrían en el patio, la niña de las margaritas y sus compañeras se sentaron en el suelo del cuarto de baño, con un tablero tan tosco como el que yo había empleado para hablar con Balder y un vaso que se movería sobre las letras. Nerviosas, revolucionadas como palomas jóvenes, dudaron.
—Esto no está bien —dije, y las otras no levantaron la vista, pero la niña que hablaba conmigo quitó su dedo del vaso.
—Salúdala —dijo una.
—¿Al fantasma?
—A quien sea. Dale la bienvenida.
Las niñas gritaron cuando el vaso se movió sin que nadie posara sus dedos sobre él. Era lo que ansiaban, y por eso se asustaron.
Descubrieron el pavor que inspira un deseo cumplido. No pude evitar su miedo. Corrieron, aterradas, y se lo contaron a sus padres, que a su vez acudieron a la directora.
Una capa de histeria se posó suavemente, como la ceniza de un volcán, sobre todas ellas. Las niñas cambiaron, se volvieron ariscas, desconfiadas, y, a instancias de sus padres, dejaron de hablar con los fantasmas. Se dedicaban únicamente a sus tareas, clases, deberes, baloncesto, inglés, el ocio resultaba sospechoso, como si en ello se ocultara una rebelión contra el mundo de los mayores, o contra la invisible esfera de los no vivos. La niñita de las horquillas graciosas comenzó a evitarme, y a fingir que no me veía. Y por primera vez desde que llegué a aquel colegio, desde que decidí abandonar a Christopher, me quedé sola.
Mi ópera preferida, “L´incoronazione di Poppea”, era una de las que se escondía en las cintas que encontré antes de la mudanza, y a la que, en su momento, dediqué más tiempo de ensayo. Mi compañero, el tenor que actuaba como Nerón, apretaba contra su cuerpo mi cintura, y ya no éramos dos desconocidos, sino los rastros misteriosos de dos personas muertas durante siglos.
Y sin embargo, las vidas que tomábamos prestadas no desfiguraban nuestras frentes. Era Popea la que dulcificaba su memoria en mis rasgos infantiles, la que estallaba en risas cuando me estrechaban demasiado apretadamente. E incluso a veces los tiempos se entremezclaban como agua y tinta cuando Nerón cantaba y era yo quien recibía sus frases de amor, o cuando aquel tenorcillo escuchaba absorto los trinos falsos y de rendida adoración de la infame Popea que aparecía en mi voz.
Todos esos ensayos nos hacían huir del resto del mundo, porque era divertido reír, y porque ninguno de los dos, Nerón, yo, advertíamos el punto de locura que nos animaba. Y así nos alejábamos de la férula feroz y crítica de la profesora de canto, que con sus indicaciones de lectura nos escamoteaba el placer que pudiéramos sentir. Porque cantar, nos advertía, no resultaba cosa fácil; exigía disciplina, sacrificio, una voluntad de hierro, y una salud impecable. Cuando se disfrutaba con ello, había que comenzar a desconfiar. Como de las hemorragias ocultas: algo iba mal en el interior.
Cuando ya llevaba una semana colgando mi ropa en el armario de Chris, Clara me llamó. Yo la había mantenido al tanto, y ella había demostrado alegría sincera ante las noticias, pero no nos habíamos vuelto a ver desde la fiesta de Pablo.
—¿Por qué no te acercas a la Galería, y comemos juntas? —me pidió.
—Tengo bastante trabajo —mentí yo, incapaz de resistirme a la tentación de ostentar lo que había conseguido—. ¿Qué te parece si vienes tú aquí, a casa, después del trabajo? Puedes quedarte a dormir, si se te hace tarde. "



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