Bajo la mirada del león (fragmento)Maaza Mengiste
Bajo la mirada del león (fragmento)

"¿Qué edad tenía él? –preguntó. ¿Tendrá la misma edad que mi Dawit uno de los que intentan arrastrar al caos a mi joven hijo? –pensó. Sus enfermeras retrocedieron como pájaros asustados. Nunca había pronunciado una sola palabra durante la intervención quirúrgica, quedando tan absorto ante sus pacientes que se había convertido en toda una leyenda. Su enfermera jefe, Almaz, hizo un gesto enérgico de renuencia de modo que nadie le respondiera.
Tiene una bala alojada en su espina dorsal y es necesario extraerla. Su madre está esperando. Está perdiendo mucha sangre, matizó rápidamente Almaz, mirándole con sus ojos severos y profesionales. Tomó una esponja que quedó recubierta de sangre y comprobó los signos vitales del paciente.
El orificio en la zona dorsal del chico era una mezcla de carne y músculo ardiente y perforado. La carrera hacia la bala había sido más elegante que su asustada huida. Hailu se lo imaginó en medio de otros estudiantes de secundaria y universitarios, con las manos elevadas y hablando en alta voz. Su delgado pecho henchido de orgullo y una leve suavidad dibujada en su rostro. Un niño que alcanza la hombría demasiado pronto. ¿Cuántos disparos tuvo que recibir antes de ser devuelto a su casa y a su madre que lo esperaba con ansia? ¿Quién se lo habría traído a la madre tras haber caído? Piedras. Balas. Puños. Estacas. Son tantas las maneras de romper un cuerpo y ninguno de estos niños parecía creer en la fragilidad de sus músculos y de sus huesos. Hailu sesgó la superficie alrededor de la herida y se detuvo para que la enfermera limpiara la sangre que manaba a borbotones.
El zumbido de los coches de la policía proyectó su brillo más allá del hospital. Las sirenas no habían dejado de sonar en todo el día. La policía y los soldados se habían visto literalmente desbordados por frenéticos manifestantes que llenaban las calles y corrían en todas direcciones. ¿Qué pasaría si Dawit estuviera en medio de esa locura y fuera arrastrado por ella a la sala de operaciones? Hailu se centró en el cuerpo inerte que yacía ante él e hizo caso omiso del martilleo de su propio corazón, desterrando los pensamientos acerca de su hijo.
Hailu se sentó en su oficina bajo la pálida luz que se abría paso a través de las cortinas abiertas. Contempló su mano con la palma abierta sobre su regazo y sintió la soledad y el pánico que había estado devorando sus días desde que su esposa Sam acudiera a verle al hospital. Habían sido siete días de extrema confusión. Acababa de operar a un chico con una bala en la espalda. Después de varios años, conocía las rotaciones y cambios de su personal médico, las cirugías programadas para cada semana, la capacidad diaria del hospital Príncipe Mekonnen para acoger a nuevos pacientes, pero no pudo darse cuenta de la situación de deterioro que embargaba a su propia esposa o de las consecuencias de la implacable campaña estudiantil que exigía medidas resolutivas que hicieran frente a las paupérrimas condiciones del país. Una y otra vez preguntaban cuándo dejaría Etiopía de estar anclada en la sombra de la Edad Media. Él carecía de respuestas, no podía hacer otra cosa que sentarse y contemplar impotente su vacía mano, que parecía más pálida y delgada bajo los auspicios del sol vespertino. Sintió miedo por Dawit, su hijo menor, que también quería colaborar en la lucha y que no era mi mucho mayor ni mucho más grande ni más valiente que el joven paralizado al que había atendido en el día de hoy. Su mujer dejaba que afrontara en soledad el yugo de estos días. "



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