Días de infancia (fragmento)Maksim Gorki
Días de infancia (fragmento)

"El ruido sobre mí cabeza era cada vez más recio, y el vapor no temblaba ni cabeceaba ya en el agua. Ante la portilla se alzaba una pared húmeda. Dentro del camarote estaba oscuro y el aire era sofocante: los bultos parecían como hinchados y me oprimían, y todo me resultaba incomodísimo en el estrecho recinto. ¿Irían a dejarme allí para siempre, solo en el vapor desierto?
Corrí hacía la puerta, que no se abrió, pues el pomo de latón no se podía mover. Tomé una botella llena de leche, y, con toda mí tuerza, golpeé el pomo. La botella se hizo pedazos y el líquido se derramó sobre mis piernas y se me metió en las botas.
Amargado por mí fracaso, me recosté en los paquetes, empecé a llorar bajo y me quedé dormido en medio de mi aflicción.
Cuando desperté, el vapor seguía cabeceando y temblando, y la portilla del camarote relucía como el sol. A mí lado estaba sentada la abuela, que se peinaba, arrugando la frente y sin dejar de mascullar algo. Tenía el pelo muy largo y espeso, negro, con reflejos azules; caíale sobre los hombros, el pecho y las rodillas, y le llegaban hasta el suelo. Con una mano lo levantaba, lo sostenía como sí lo sopesara, y. con un peine de madera arreglaba, no sin trabajo, las gruesas trenzas, sus labios se contraían, sus oscuros ojos relucían de enojo y su cara parecía muy pequeña y ridícula en aquella negra oleada de pelo.
Aquel día me pareció muy mala; pero cuando le pregunté cómo era que tenía el pelo tan largo, me dijo en el mismo tono cálido y suave del día anterior.
[...]
Dijo estas palabras cantando de un modo peculiar, y se me quedaron fácilmente grabadas en la memoria. Eran como flores, tan agradables, tan claras, tan jugosas... Cuando sonreía, se ensanchaban sus pupilas, oscuras como cerezas, e irradiaba de ellas un fulgor inefable y agradabilísimo; los blancos y fuertes dientes asomaban, brillantes, y, a pesar de las muchas arrugas que surcaban la morena piel de sus mejillas, todo su rostro parecía juvenil y animado. Sólo lo desfiguraba la blanda nariz de punta rojiza y de ventanillas muy anchas. Mi abuela tomaba rapé de una tabaquera negra con adornos de plata, y de cuando en cuando sorbía un polvito. Todo su aspecto tenía algo sombrío; pero de su interior, por los ojos, irradiaba una serenidad inextinguible, fervorosa y alegre. Era cargada de espaldas, casi jorobada, y a pesar de todo estaba muy entera; pero se movía con suavidad y con soltura, como una gata grande, y además, era tan suave como este amable animal. Antes de su llegada, yo había dormido, por decirlo así, en la sombra; pero su aparición me despertó, me trajo a la luz, ligó cuanto me rodeaba con un hilo irrompible, y lo trenzó en una telaraña polícroma; desde el primer momento, me fue cara para toda la vida, y se me adentró en el corazón como nadie en el mundo; era para mí tan íntima, tan comprensible como ninguna otra persona. Su altruista amor al mundo me hizo rico, me dio fuerzas y reciedumbre para la lucha por la vida.
Hace cuarenta años, los vapores iban aún muy despacio; nuestro viaje hasta Nijni Novgorod duró mucho tiempo, y todavía recuerdo mucho aquellos días, que me enseñaron a disfrutar de la belleza.
El tiempo se había despejado; desde por la mañana hasta por la noche permanecía yo con mi abuela sobre cubierta, bajo el cielo transparente, entre las dos orillas del Volga, doradas por el otoño y como recamadas de seda de colores. Sin prisa, batiendo perezosa y ruidosamente con las paletas de las ruedas las olas del azul grisáceo, el vapor, pintado de rojo vivo, con la chalupa al extremo del largo cable de remolque, remonta la corriente. La chalupa gris parece materialmente una cucaracha gigantesca. Imperceptiblemente, navega el sol por encima del Volga; de hora en hora, todo cambia en el paisaje, todo es nuevo; las verdes montañas son como abultadas bolsas en el suntuoso vestido de la tierra; en las orillas se extienden ciudades y aldeas que, de lejos, parecen hechas de alajú; en el agua flotan las doradas hojas del otoño. "



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