La madre (fragmento)Maksim Gorki
La madre (fragmento)

"Paul estaba sentado al lado de Natacha: era el más guapo de todos. La joven, inclinada sobre su libro, echaba hacia atrás, a cada momento, los cabellos que le caían sobre la frente. Sacudía la cabeza, y, bajando la voz, dejaba el libro para hacer algunas observaciones de su cosecha, mientras su mirada resbalaba amistosamente sobre el rostro de sus oyentes. El Pequeño Ruso apoyaba su amplio pecho en el ángulo de la mesa, bizqueando sobre su bigote, del que se esforzaba en ver las puntas rebeldes. Vessovchikov estaba sentado en su silla, rígido como un maniquí, las manos en las rodillas, y su rostro glacial, desprovisto de cejas, con los labios delgados, no se movía más que una máscara. Sus ojos estrechos miraban obstinadamente los destellos del cobre brillante del samovar: parecía que no respiraba. El pequeño Théo escuchaba la lectura, removiendo silenciosamente los labios, como si repitiese las palabras del libro, en tanto que su camarada, inclinado, los codos en las rodillas, las mejillas en el hueco de las manos, sonreía pensativo. Uno de los muchachos que vinieron con Paul era pelirrojo, de cabello rizado: sin duda tenía ganas de decir algo, porque se agitaba con impaciencia. El otro, de cabello rubio muy corto, se pasaba la mano sobre la cabeza, que inclinaba hacia el suelo, y no se le veía la cara. Se estaba bien en la habitación. La madre sentía un bienestar especial, desconocido hasta entonces, y mientras que Natacha, volublemente, continuaba su lectura, ella recordaba las fiestas ruidosas de su juventud, las palabras groseras de los jóvenes, cuyo aliento apestaba a alcohol, sus cínicas bromas, Ante estos recuerdos, un sentimiento de piedad hacia sí misma le mordía sordamente el corazón.
[...]
Caminaba levantando mucho los pies, sin doblar las rodillas, hiriendo el suelo de modo provocador. A la madre le dio en los ojos el brillo de sus botas.
A su lado, un poco más atrás, caminaba pesadamente un hombre bien afeitado, de alta estatura y espeso bigote gris; vestía un largo abrigo gris forrado en rojo, y unas franjas amarillas ornaban sus pantalones. Como el Pequeño Ruso, cruzaba las manos a la espalda y, levantando las espesas cejas grises, miraba a Paul.
La madre miraba más de lo que sus ojos podían abarcar; en su pecho estaba clavado un grito, pronto a estallar, a liberarse en cada suspiro. Este grito la ahogaba pero ella lo contenía comprimiéndose el pecho con ambas manos. Atropellada por todas partes, vacilaba pero continuaba avanzando sin pensar, casi sin conciencia. Sentía que detrás de ella el número de personas disminuía sin cesar; la ola glacial venía a su encuentro y los dispersaba.
Los jóvenes de la bandera roja y la espesa cadena de los hombres grises se acercaba rápidamente, se percibía con claridad el rostro de los soldados, que parecían estirarse a todo lo ancho de la calle, unificados en una banda estrecha de un amarillo sucio. Ojos, de colores varios, miraban de modo desigual, y las delgadas puntas de las bayonetas brillaban con destello cruel. Dirigidas contra los pechos, separaban y desmigaban de la masa a las gentes, sin tocarlas siquiera. "



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