El vigilante del fiordo (fragmento)Fernando Aramburu
El vigilante del fiordo (fragmento)

"Fue entonces cuando comprendí que no era un arrebato furioso de Fede el motivo de nuestra marcha precipitada. Nos estábamos escapando.
Sucedió a la cena una larga velada en la que también participaron los pequeños. Estos fueron acostados más tarde que de costumbre, según se iban quedando dormidos en brazos de sus respectivas madres.
Serían las nueve cuando el padre de Hendrik desenfundó la guitarra. Su mujer lo acompañó con un pandero. A veces lo golpeaba con la palma de la mano, a veces con un mazo rematado en una bola. Parecían las dos familias muy puestas en aquello de cantar a coro. Entonaron canciones en inglés y, supongo, en sueco.
Ocurrió entretanto lo que yo temía. Nos pidieron a Fede y a mí que cantáramos en nuestro idioma. Nos pusimos de acuerdo en cantarles Campana sobre campana. Apenas pasé de mover los labios durante la primera estrofa. Fede me acusó de miedoso y siguió cantando solo. Seguro de que no podían entenderle, cambió la letra tradicional por groserías. Burdel, campanas del burdel, que las fulanas tocan y así por el estilo. Al final los suecos aplaudieron.
La noche, una noche agradable de verano, con estrellas, sin viento, cayó sobre el grupo cantarín. Acabada la sangría, los mayores colocaron en el centro de la mesa su botella habitual. Los pequeños corrían de un lado para otro. Nils y Hendrik me hicieron una seña para que los siguiera. Lejos del barullo compartimos el cigarrillo de todos los días junto a la tapia. Después, como de costumbre, nos fuimos a la terraza de la cafetería y más tarde a espiar por las ventanas de los bungalós al acecho de parejas acopladas.
Nos quedamos bastante rato observando una escena curiosa. Una mujer de unos cincuenta años, aunque no estoy seguro, pegaba bofetadas a un anciano sentado en una silla de ruedas. No le pegaba fuerte ni seguido. A ver si me explico. Daba vueltas alrededor de él, hablándole; de pronto se detenía, lo abofeteaba una o dos veces con poca saña y continuaba dando vueltas, hablando y gesticulando, sin que el anciano protestara ni hiciera nada por defenderse. Nils enseguida quiso sacudir un golpe con el nudillo en el vidrio, pero Hendrik se lo impidió.
Si descuento aquello no vimos nada interesante. Bueno, esa fue mi impresión. Faltando poco para la medianoche emprendimos la retirada. Mis amigos iban discutiendo en su idioma y empujándose por el sendero. Quizá por esta causa no distinguieron a Ronja como a unos cien metros de distancia, a punto de adentrarse en la oscuridad de los pinos. Estuve a punto de llamarles la atención sobre ella; pero la lengua se me quedó parada cuando reconocí en el hombre que llevaba a Ronja de la mano la camisa floreada que se había comprado Fede dos días antes en Albufeira.
Un gemelo y las dos hermanas de Hendrik todavía correteaban por la parcela de las autocaravanas. La mongolita lanzaba unos berridos extraños. La vi golpearse con el cubo de plástico en la cabeza, seguramente porque no quería acostarse. Su madre la regañaba, o eso es lo que a mí me parecía, mientras el resto de los adultos jugaba con tranquilidad a los dados.
Esperé la primera ocasión en que nadie me mirase para irme a dormir. Me daba corte decir buenas noches en inglés, no digamos con las palabras en sueco que un día, achuchado por los cuatro adultos con la complicidad de Fede, tuve que resignarme a aprender. Pero lo que yo más temía en aquellos momentos era que intentasen enredarme en una conversación. Estando Fede a mi lado me importaba menos porque entonces él hacía de intérprete.
Me dormí, como en las noches precedentes, oyendo el rumor de sus voces y alguna que otra risa. Al cabo de no sé cuánto tiempo me sobresaltó un retumbo. Algo había chocado con fuerza contra la pared de la autocaravana. Tembló la litera y yo pensé que Fede se habría vuelto a emborrachar. Lo pensé tan sólo unos instantes, lo que tardó en producirse el siguiente retumbo. "



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