Miedo a los espejos (fragmento)Ali Tariq
Miedo a los espejos (fragmento)

"Lisa le sonrió y le acarició la cabeza, tratando de disimular su propia inquietud. Siempre la misma historia. Cada vez que Ludwik se retrasaba, ya estaba imaginándose lo peor. La muerte. Una tumba anónima. ¡El tormento de no saber si estaba vivo o muerto! En la guerra civil, cuando los destacamentos rojos y blancos luchaban cuerpo a cuerpo, la muerte les parecía intrascendente comparada con la supervivencia de la revolución. Además, ella era comisaria y también estaba en el frente. Ambos afrontaban peligros similares y eso hacía más llevadera su separación. De hecho, Lisa tenía que resolver tantos problemas que apenas le quedaba tiempo para pensar en Ludwik.
Pero ahora su labor era dar la imagen de una buena madre y esposa. Y tenían a Félix. Recordó la advertencia de Krystina sobre cómo los hijos perjudicaban el compromiso revolucionario. Y se permitió una sonrisa irónica. Krystina sabía muy bien de lo que hablaba.
Desde la victoria nazi en Alemania, la situación había empeorado mucho. Berlín, la ciudad en la que habían cifrado tantas esperanzas y sueños, estaba en manos enemigas. Ludwik y Gertrude habían ido a pasar allí dos semanas largas. El tenía que reorganizar las redes clandestinas, enterarse de qué agentes habían ido a parar a la cárcel, reunirse con los que seguían en libertad y averiguar, con la mayor delicadeza posible, si les había afectado de alguna forma la marea reaccionaria que barría el país.
A Lisa le dolían las ausencias de Ludwik más de lo que podía imaginar. A veces sentía todo su ser traspasado por la añoranza. Recordaba su voz, sus movimientos y gestos, sentía el tacto de su mano en la cara, el aroma del café del Zentrale donde se citaban los primeros días de su noviazgo. En esos momentos se quedaba paralizada, incapaz de hacer nada, y sólo la insistente voz de su hijo era capaz de arrancarla de sus sueños.
[...]
A la mañana siguiente, después de que Félix se fuera al colegio, Ludwik se sentó a escribir a máquina, con el manual de lenguaje cifrado delante, un informe detallado aunque autocensurado de la situación en Alemania. Se limitó a registrar los hechos, evitando la tentación de arremeter contra el sectarismo desencadenado por el Sexto Congreso moscovita del Comintern. Los líderes de la revolución mundial habían identificado a la socialdemocracia como a su principal enemigo y lanzado un llamamiento para luchar implacablemente contra sus organizaciones.
¿Y el fascismo? «Hitler nos está preparando el terreno», era la frívola respuesta. Así pues, la menor insinuación de sus verdaderas opiniones habría supuesto que convocaran a Ludwik a Moscú para degradarlo y quién sabe si ejecutarlo. En Europa había mucho que hacer, sobre todo ahora que Hitler estaba en el poder. La independencia de Austria iba a ser la primera baja. La situación empeoraba a ojos vistas y Ludwik sabía que tendrían que marcharse de Viena antes de fin de año.
Era un día despejado y calmo. La calidez del sol insinuaba la llegada de la primavera. Una vez entregado el informe en la Embajada soviética para su inmediata transmisión, Ludwik respiró hondo el aire fresco de media mañana y echó a andar a buen paso hacia el Zentrale. Teddy, uno de sus agentes húngaros destinados en Viena, lo había citado allí para que viera al inglés al que pensaban reclutar. "



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