Peonía (fragmento)Pearl S. Buck
Peonía (fragmento)

"Silenciosa estaba la habitación cuando entró David. Esperó hasta que la última carcajada se hubo convertido solamente en un eco tras la puerta cerrada. Entonces se volvió hasta su novia. Kueilan estaba sentada sobre la cama entre las separadas cortinas, con los pies juntos sobre la banqueta, las manos cruzadas sobre el regazo y el velo todavía sobre la cara. Lentamente y en silencio cruzó él la habitación, levantó el velo y lo dejó sobre la mesa. Se quedó de pie al lado de ella, vacilante, el corazón latiéndole de prisa.
[...]
La noche transcurrió en silencio hasta después de las doce. Entonces Ezra se despertó al sentir ruido de sollozos. Había comido demasiado y bebido tanto, que se había hundido en un sueño sin fondo en el momento mismo de meterse en la cama. Pero le parecía que estaba siendo arrastrado fuera de la paz por algo penoso y lleno de dolor. Se despertó gruñendo y no fue capaz durante un momento de distinguir lo que oía. Entonces reconoció el ruido. ¡Naomí estaba sollozando! Para consolarla había dormido cerca de ella aquella noche. Salió tambaleándose de la cama y se dirigió a la habitación contigua, donde estaba la cama de ella. La oscuridad palpitaba con el ruido de sus sofocados llantos.
[...]
Y continuó dándole golpecitos en la mano con paciencia y amor.
Donde reinaba el silencio más profundo era en la habitación de Peonía. Cuando se acostó, sabía ya que no sería posible dormir. Durante toda aquella noche de bodas estaría acostada y en vela, con su espíritu en aquella otra habitación, revoloteando sobre David. Pero hizo todos sus preparativos de costumbre para dormir. Se lavó cuidadosamente, perfumó el cuerpo, se limpió los dientes, se cepilló el cabello y se puso ropas frescas para la noche. En todo el día no había sido capaz de comer, y había querido suponer que era porque estaba demasiado ocupada. Ahora, con la cabeza sobre la almohada de raso, se permitió recordar todos los detalles. No se le ocurría nada que hubiera estado mal y se alababa de ello. Cada plato estaba frío o caliente, en su punto, y los vinos fueron calentados hasta el grado necesario y nada más. La plata y el peltre brillaban, el marfil estaba claro, la madera pulida y limpia, y ni siquiera detrás de una puerta había polvo. En el momento exacto en que la novia estaba cansada, ella lo había visto y secretamente le había servido una taza de arroz caliente y se las había arreglado para que nadie la viera comer. Sabía que su felicidad dependía de ganarse el corazón de la esposa de David. Su nueva señora debía aprender a quererla y apoyarse en ella. Sí; más aún, debía permanecer entre marido y mujer y unirlos. Con ningún acto ni palabra debía separarlos, porque en su felicidad reposaba su propia seguridad…, en su felicidad y en su necesidad de ella.
Peonía era demasiado perspicaz para no ver claramente en qué podía consistir el porvenir. Conocía la medida de la mujer, su altura, anchura y su pequeñez, y conocía a David como a su propia alma. Ambos la necesitarían con frecuencia para restaurar la fábrica de su matrimonio, pero no debía dejarles saber nunca que conocía su necesidad.
Así, estaba acostada pensando, mientras pasaban las horas, pensando y tratando de evitar ver con los ojos de su imaginación aquella otra habitación donde el matrimonio estaba consumándose. Aquella noche no debía preocuparse, se decía…, ni aquella noche ni las muchas noches que la seguirían; no era un acto ni muchos, sino el conjunto, las vidas de todos en relación con la única que seguía siéndole más querida, lo que debía interesarle. "



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