Hadon, el de la antigua Opar (fragmento)Philip J. Farmer
Hadon, el de la antigua Opar (fragmento)

"Hadon sabía el resto, y no se sentía confortado por ello. Hinokly había confeccionado un mapa en su viaje hacia el norte, pero había perdido todos sus rollos de papiro en el viaje de vueltas.
Los días y las noches pasaron, con muy poca diferencia entre unos y otros. Las sabanas se extendían inmensas hasta donde la vista se perdía, hierba parda hasta la cintura, con pequeños arbustos aquí y allá y alguna charca ocasional o un pequeño lago a cuyo alrededor crecían árboles más altos. La vida animal se fue haciendo más abundante y a la larga imponente en su número. Hubo veces en que el grupo tuvo que detenerse a esperar a que cientos de miles, quizás un millón de antílopes pasaran corriendo delante de ellos, asustados de algo a sus espaldas y persiguiendo el horizonte en la lejanía. La tierra se sacudía y retumbaba y el polvo se elevaba en las alturas y luego se posaba, dejando sobre ellos una capa de tierra marrón. Vieron muchas manadas de ruwodeth (león), panteras solitarias o apareadas, leopardos, jaurías de perros cazadores bancos y negros, hienas, chacales, manadas de muchos qampo (elefantes), el enorme bok’ul”ikadeth (rinoceronte) blanco, la c’ad”eneske (jirafa) de larguísimo cuello, el q”ok’odakwa (avestruz), el bom’odemn (jabalí africano), el bog”ugu (cerdo salvaje gigante) y el terrible baq”oq”u (búfalo salvaje). Había muchos akanvadamo (monos) en los árboles cerca de las charcas y de los lagos de lluvia, y también akanvadamowu (babuinos). Y por todas partes había pájaros.
No había escasez de carne, si se podía matar. Pero había que alimentar a cincuenta y seis personas y los cazadores tenían que salir todos los días. Individualmente no tuvieron demasiado éxito, así que Hadon dispuso que todos tomaran parte en la labor. Unos permanecerían agazapados a la emboscada, mientras que otros, saltando, gritando y agitando sus lanzas iniciaban una estampida. Luego los emboscados arrojaban sus lanzas o lanzaban sus piedras con las hondas a las gacelas, los antílopes o los búfalos que pasasen. En dos ocasiones también asustaron a un grupo de leones que habían estado merodeando por los alrededores en espera de la misma presa y un hombre acabó gravemente lacerado. Murió dos días después y pusieron piedras sobre él y erigieron sobre la tumba un poste de madera con una pequeña figurita de Kho en su extremo. La sacerdotisa, Mumona, cantó los ritos funerarios por él y se sacrificó una liebre, cortándole la garganta, y se vertió su sangre sobre las piedras del túmulo. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com