Ensayo y carta sobre la tolerancia (fragmento)John Locke
Ensayo y carta sobre la tolerancia (fragmento)

"El magistrado nada tiene que decir en lo que respecta al bien de las almas de los hombres o sus preocupaciones referentes a la otra vida. Ha sido nombrado y se le ha dado poder sólo para que procure una vida pacífica y cómoda a las personas en sociedad, como ya se ha probado suficientemente. Y es evidente que el magistrado no ordena que se practiquen las virtudes por el hecho de que son virtuosas y obligan en conciencia, o porque son deberes del hombre para con Dios y el modo de obtener su favor y misericordia, sino porque [la práctica de esas virtudes] procura una ventaja en el trato entre hombre y hombre, y muchas de ellas forman los lazos y vínculos de la sociedad, los cuales no pueden ser deshechos sin que se resienta todo el sistema. Hay algunos vicios que no tienen esa influencia en el Estado, aunque se reconoce que son tan vicios como cualquiera. Tenemos un ejemplo en la codicia, la desobediencia a los padres, la ingratitud, la malicia, el deseo de venganza y varios otros; y, sin embargo, el magistrado nunca esgrime su espada contra ellos. Y no puede decirse que esos vicios son pasados por alto [por el magistrado] porque no pueden ser conocidos. Pues resulta que hasta los más recónditos de ellos —el deseo de venganza, la malicia— permiten a la judicatura distinguir entre un homicidio y un asesinato. Incluso la caridad, que es, ciertamente, el gran deber de un hombre y de un cristiano, no tiene todavía, en su plena esfera de aplicación, un derecho universal a la tolerancia; pues hay algunas partes y ejemplos de ella que el magistrado ha prohibido por completo, y ello, que yo sepa, sin ofensa para las conciencias más sensibles. Nadie duda que socorrer a los pobres con limosnas, aunque sean mendigos, es, si se les ve en necesidad, considerado como virtud en términos absolutos, y un deber de cada hombre en particular; y sin embargo, dar limosna es algo que nos está prohibido por la ley por el rigor del castigo; pues bien, nadie se queja en este caso de que la ley ha violado los dictados de su conciencia, o de haber perdido la libertad; y si realmente hubiera constituido una imposición ilegal sobre las conciencias, no habría sido pasada por alto por tantos hombres sensibles y escrupulosos. Algunas veces, Dios (hasta ese extremo se cuida de preservar el gobierno) hace que su ley se someta y ajuste hasta cierto grado a la del hombre; su ley prohíbe el vicio, pero la ley humana a menudo determina en qué medida. Ha habido Estados en los que se ha hecho legal el robo cuando no era descubierto en el acto; y quizá estuvo tan libre de culpa robar un caballo en Esparta como ganar una carrera de caballos en Inglaterra. Pues el magistrado, al tener el poder de transferir propiedades de un hombre a otro, puede establecer cualesquiera [leyes] de tal forma que sean universales, equitativas y sin violencia, y adecuadas al interés de una sociedad que, como la de Esparta, estaba compuesta de gente que, al ser belicosa, no le parecía que fuera este un mal modo de enseñar a sus conciudadanos a ser vigilantes, decididos y activos. Digo esto sólo de pasada, para mostrar hasta qué punto el bien del Estado es la norma de todas las leyes humanas, ya que, según parece, hasta limita y altera las leyes de Dios y cambia la naturaleza del vicio y la virtud. De ahí que el magistrado, el cual puede hacer del robo un acto inocente, no pueda legalizar el perjurio o la falta de fe, porque estas cosas son destructivas para la sociedad humana. "


El Poder de la Palabra
epdlp.com