Hilarotragoedia (fragmento)Giorgio Manganelli
Hilarotragoedia (fragmento)

"La novedad del destino del amante alboroza a algunas animulas, a otras las abate; a algunas las acelera, paraliza a otras; a algunas ilumina, a otras ensombrece; a algunas sacia, a otras provoca gazuza. Pero he aquí, al escarcharse el calor amoroso, entenebrecerse y apagarse la luminaria que hizo perspicuo el sabbat de las animulas; las eufóricas enflaquecen y se mustian; se arregazan como fetos, o momias tribales, o el esqueleto del homo de la clava; por la gran anaquelería del interior silo se acuclillan las hibernantes, taciturnas, resecas, como muertas, de no ser por el raro, seco chasquido de los cabellos y de las uñas en crecimiento obstinado.
Enfervorizado en el discurso, congestionado su rostro de muchacho entecado por el error del nacimiento, paseabas por la angosta habitación articulando los delgados brazos, la longitud de las piernas, y continuabas: pero existe, existe una condición en la que cesa la repugnancia de las alternativas, pabulum idóneo para la simultánea nutrición de todas las contradicciones, donde se vuelven íntegros los mútilos destinos; existe la muerte, solecismo que rigoriza el léxico matemático, error que confiere sentido al impecable discurso, cotidiano apocalipsis, portátil fin del mundo, puesta a cero de todo programado universo: ella emancipa a las animulas esclavas, con el calor de su aliento sanguifica a las exangües, las nutre de su negra leche afectuosa.
Verdaderamente, era un discurso asaz marrado, este que te encaminaba a la conclusión anhelada por tu corazón pasional. Con brusco tránsito de lo teorético a lo personal, decías tú, llegados a ese punto, que jamás habías olvidado a mujer que tú hubieras amado; en el caótico sotabanco de tu corazón se agavillaban retratos de mujeres, variamente dilectas; desde hacía años en absoluto salidas de tu vida; naturalmente, algunas muertas; u olvidadas en absoluto; o reluctantes a recordar; en ocasiones, ni siquiera ornadas ya por la chambrana de un nombre; supervivientes, algunas, gracias a una aspereza de la boca, un gesto de la mano; o inmóviles en el ámbar de un berrinche dominical; menos aún: mujeres entrevistas por la calle; muchachitas que pasaron a la carrera, iluminadas por una blanca botella de leche; sin duda ya madres, muchas; otras, muertas ya, no le cabe duda. Pero descollaban determinadas figuras más fatalmente dilectas: rostros solemnes, taciturnos, no serenos. «A todas estas», decías tú, agitándote, «a todas estas pude yo amarlas solo imperfectamente, como consentía la angustia de una única existencia, la poquedad del lenguaje, la disfunción y difidencia de las pasiones. Cada una de ellas me ha dado indicios de un destino que reconozco como mío y a mí necesario, y del que no puedo renegar ni consumarlo. Pero una vez muerto, una vez sustraído a las toscas abreviaciones de la hora, me disolveré en mis infinitas animulas; y yo seré cada una de ellas, como quiere la infinitud de mis destinos. Cada eidolon buscará ese otro extrínseco que entrevió en su existencia premortal, y del que extrajo apresurado pero inolvidable alimento; y acorrerán los eidola a un abrazo ya no escindible, definitivo, necesario; y no habrá intolerancia entre semejantes totales y exclusivos amores. A cada una de las mujeres a las que yo inexactamente amé, volveré a encontrar en la precisión de la muerte: y serán, todas, igualmente, fatalmente, amables, amativas, amantes, amadas. "



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