Escapada (fragmento)Alice Munro
Escapada (fragmento)

"El trozo de papel que Adam-and-Eve le habían vendido seguía en el bolsillo de la chaqueta. Cuando por fin lo sacó, casi un año después porque no se había vuelto a poner esa chaqueta, se quedó perpleja y le irritaron las palabras estampadas en él.
El camino no fue fácil. La carta a Michigan se la devolvieron sin abrir. Por lo visto el tal hospital ya no existía. Pero Nancy descubrió que podían hacerse averiguaciones y las hizo. Había autoridades a quienes era posible escribir, registros que era posible desempolvar. No se dio por vencida. No estaba dispuesta a admitir que las huellas se hubieran borrado.
En el caso de Ollie tal vez estuviera dispuesta a admitirlo. Había mandado una carta a Texada Island: pensó que esa dirección bastaría, dado las escasas personas que vivían allí. Cualquiera de ellas sería fácil de encontrar. Pero le devolvieron la carta, con tres palabras escritas en el sobre: «Cambio de domicilio».
No pudo soportar la idea de abrirla y volver a leer lo que había escrito. Estaba segura de que más de lo debido.
Está sentada en el viejo sillón reclinable de Wilf en la solana de su casa. No tiene intención de dormirse. Son las últimas horas de una luminosa tarde de otoño. Era el día de la Copa Gray y se suponía que debía estar en una picada, donde cada uno contribuía con algún plato, para ver el partido por televisión. A último momento adujo un pretexto y no fue. La gente se está acostumbrando a que haga esas cosas aunque hay quienes siguen diciendo estar preocupados por ella. Pero, cuando sí aparece, se imponen los antiguos hábitos o necesidades y, a veces, no puede evitar participar con gusto en la fiesta. Entonces dejan de preocuparse por un tiempo.
Los hijos dicen tener la esperanza de que no le haya dado por Vivir en el Pasado.
Ella cree estar haciendo lo que quiere hacer si le da tiempo: no se trata tanto de vivir en el pasado como de abrirlo y dedicarle una profunda mirada.
No cree estar dormida cuando se encuentra entrando en otra habitación. La solana, la luminosa habitación que tiene tras ella, se ha reducido hasta convertirse en un pasillo oscuro. La llave del hotel está en la puerta de la habitación, como cree acostumbraban estar, aunque no haya estado allí nunca en su vida.
Es un sitio pobretón. Una habitación de mala muerte, para viajeros de mala muerte. Bombilla en el techo, riel con un par de perchas de alambre, cortina estampada con flores rosas y amarillas, que se puede correr para quitar de la vista la ropa colgada. La tela floreada debe de estar pensada para dar un toque de optimismo y hasta de alegría a la habitación pero, por alguna razón, tiene el efecto contrario.
Ollie se desploma en la cama, tan brusca y pesadamente, que los muelles hacen un penoso chirrido. Parece que Tessa y él estuvieran rodando en coche por ahí y él hubiera conducido todo el trayecto. Hoy, con los primeros calores y el polvo de la primavera, le ha resultado tremendamente cansador. Ella no puede conducir. Ha hecho mucho ruido al abrir la maleta y más ruido detrás del tabique delgado que separa el cuarto de baño. Él simula dormir cuando ella sale pero, por la rendija de los párpados la ve mirarse al espejo de la cómoda, moteado de manchas en los sitios donde ha saltado el azogue. Lleva una falda de satén amarillo que le llega a los tobillos, un bolero negro, chal negro estampado con rosas y flecos de medio metro de largo. La vestimenta es idea suya y no es original ni la favorece. Tiene el cutis rosado pero curtido. El pelo está sujeto con horquillas y fijado con laca, los rizos encrespados aplastados forman un casco negro. Los párpados color púrpura, las pestañas tiesas y sombreadas. Alas de cuervo. Los párpados caídos y pesados, como castigados, sobre sus ojos apagados. Toda ella parece abrumada por la ropa, el pelo y el maquillaje.
Le llega cierto ruido —de queja o impaciencia—, que no era intención de Ollie hacer. Tessa se acerca a la cama y se inclina para quitarle los zapatos. "



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