Hermanas (fragmento)Josefina Aldecoa
Hermanas (fragmento)

"Isabel, a quien le quedaba sólo un año para terminar Medicina, había anunciado a su hermana y a su tía que tenía previsto llegar a la ciudad a última hora, apenas un par de días antes de la boda. Al parecer, las horas lectivas y las prácticas se acumulaban en la recta final de su carrera y no quería perder clases ni desatender sus estudios más de lo necesario. La fecha fijada para la boda de Ana e Ignacio estaba peligrosamente cercana a la de los exámenes de junio y no quería ni plantearse el tener que dejar de preparar el examen final de alguna asignatura por haber perdido demasiados días.
Cuando llamó para comunicarle esta circunstancia a Ana, detectó un evidente alivio en su voz. Tal vez con demasiada rapidez, ésta aceptó sus argumentos y opinó que era estupendo su empeño de no desatender sus obligaciones universitarias:
—Por supuesto que no me parece mal, no te preocupes, los deberes son lo primero y yo aquí, con la ayuda de tía Ángela, me las arreglo de maravilla —la tranquilizó con vehemencia—. Ya verás qué flores tan preciosas hemos elegido para arreglar la iglesia, todo el mundo se va a quedar con la boca abierta. Nos ha costado un dineral encargarlas, pero valdrá la pena.
Isabel le aseguró que estaba deseando verlas, por supuesto, y colgó con la molesta sensación de sospechar que toda aquella conversación había transcurrido tal vez con demasiada fluidez, mucho más fácilmente que las que solía mantener, cada vez más breves, cada vez más cortantes, con su hermana.
La relación entre Isabel y Ana había cambiado de un modo sutil pero muy significativo para ambas tras la muerte de su madre. Desde que optaran por un camino diferente, por no atarse ya nunca más la una a la otra y vivir en distintas ciudades —Isabel en Madrid dedicada por completo a sus estudios de Medicina; Ana en su pequeño escenario con vistas al mar y con el tranquilo fluir de la vida en provincias—, el lazo que las unía parecía cada vez más débil. Y, sin embargo, ellas se sentían curiosamente más libres.
Podría decirse que habían instaurado una tregua de no injerencia en las decisiones respectivas, lo que no significaba que las dos ignorasen que ninguna aprobaba el modo de vida y, sobre todo, el futuro que había trazado para sí misma la otra.
«¿Para qué querrá estudios universitarios?», se preguntaba a menudo Ana cuando, tras una de sus conversaciones telefónicas cada vez más breves y lacónicas, recordaba cómo su hermana le había explicado lo mucho que debía trabajar y estudiar, el cansancio de las noches en vela repasando un temario, la impresión de las prácticas de Anatomía destripando a cadáveres que fueron en algún momento seres vivos. «Qué porquería. ¿Le valdrá realmente la pena? Está desperdiciando su juventud, dejando pasar su mejor momento. Al final acabará con gafas y envejecida prematuramente y ningún hombre querrá ser su marido.»
Pero Isabel no estaba allí, y el peso de su soledad se mezclaba con un cierto alivio. «Lo prefiero así», se decía Ana para consolarse. «De este modo podré organizado todo a mi manera, gastar lo que me venga en gana de mi herencia, porque soy mayor de edad y ya no me valen esas miraditas reprobadoras que me lanzaba y que me frenaban en el pasado.»
No obstante, esas miradas cargadas de significado seguían teniendo poder sobre ella y, a medida que la fecha de la boda se acercaba y a pesar de que las visitas de Isabel se espaciaban cada vez más, habían ganado en fuerza e intensidad y persistían en su memoria aunque ella no estuviera allí, tomando tranquilamente café a su lado en el mirador del jardín con los ojos entrecerrados pensando sabe Dios qué mientras la oía hablar de los preparativos que nunca parecían tener fin.
Ana era consciente de que Isabel desaprobaba su boda con Ignacio. De hecho, se opuso de un modo frontal desde el día en que su ingenua propuesta, justo tras el entierro de su madre, desconcertara a todos. "



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