Las crónicas del Sochantre (fragmento)Álvaro Cunqueiro
Las crónicas del Sochantre (fragmento)

"Rieron todos los presentes. El esqueleto volador era, según aprendió el sochantre, cuervo y muy amigo que había tenido el capitán De Combourg, y cuando mataron al capitán en Château–Josselin, mataron al cuervo y lo enterraron con él. La señora le daba hebras de jamón y el pájaro comía gustoso en los dedos de la hermosa. El capitán venía con prisa a buscar al hidalgo de Quelven y llevarlo a la calera vieja, para sacarle la carne antes de que se pudriese del todo. Se despidieron el hidalgo y el capitán de la compañía por unas horas, y para terminar la barrica de cerveza dio dos vueltas más la jarra. El capitán había dejado el cuervo en las faldas de madame De Saint–Vaast echando una siesta, y Mamers el Cojo colgó el farol de una mano de la estatua de san Efflam, que parecía estar en la columna del medio del pórtico contemplando atentamente aquella gente nocturna. El sochantre se serenaba un tanto con el santo allí cerquita, y disculpándose con una corriente de aire, cambió de sitio y se fue a sentar debajo mismo de san Efflam, y se puso cómodo, y extendió el brazo sobre los pies desnudos del santo patrón, y apoyó la cabeza en el brazo. Con los dedos le parecía leer algo escrito en la piedra, y acariciaba una y otra vez las letras medio borradas por los años y los temporales, y era casi como rezar.
—Pues tenemos por pena pasar estas noches que andamos en hueste contando nuestras historias —dijo el coronel Coulaincourt mientras levantaba las solapas de la casaca militar—, veo que la cortesía ordena que le dejemos decir la suya a madame De Saint–Vaast. Y tú sosiégate, Guy Parbleu, que me marea verte volar de un lado a otro.
Se arrimó Coulaincourt al sepulcro de un viejo abad, reposó Guy Parbleu sobre un hierro que colgaba de la clave de un arco y que debía de haber sido el de la lámpara mayor, ofreció rapé monsieur de Nancy, y todos se pusieron a escuchar la historia de madame De Saint–Vaast. De cuando en vez cantaba la lechuza y se oían perros a lo lejos, por donde una lucecilla que el viento hacía oscilar como una ramita decía que debía de estar Kernascléden. "



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