Llega un hombre y dice (fragmento)Nicole Krauss
Llega un hombre y dice (fragmento)

"Era cierto que cuando salía a pasear por la ciudad se llevaba la cámara. Puso un rollo nuevo. Retrataba las cosas que le llamaban la atención —puentes, edificios en construcción, ruinas—, pero no revelaba la película, que volvía a meter en sus latas amarillas y guardaba en una bolsa de plástico. La vecina de Lana, una astróloga llamada Kate a la que sus clientes visitaban a la hora del almuerzo o por la noche, pensaba que era fotógrafo profesional. Él no la sacó de su error, y le hizo una foto rodeada de su colección de cristales. Un día en que Samson regresaba a casa tarde, ella le oyó abrir la puerta y salió con una bata color púrpura. Olía a licor. Se arrimó a él y le puso la mano en la entrepierna. Él se apartó, murmurando una disculpa, se metió en el apartamento y, muy sofocado, estuvo con el oído pegado a la pared hasta que la oyó cerrar la puerta suavemente. Cuando, a la semana siguiente, se tropezó con ella, ninguno de los dos mencionó el incidente. Kate le dijo que Marte y Júpiter cambiaban de signo y que el Sol recibía a Urano, lo que anunciaba nuevas oportunidades. En Nochevieja prepararon daiquiris y vieron bajar la bola en el pequeño televisor de Kate. Ella había encendido multitud de velas y se contoneaba al son de Sugar Mountain, de Neil Young. Hizo levantar a Samson del suelo, y él se puso a mover las caderas y a dar palmadas al ritmo de la música. Cuando ella introdujo su húmeda lengua en la de él, Samson no la rechazó. Kate lo cogió de las nalgas y él, achispado a causa del ron, empezó a restregarse contra ella alegremente, mientras la muchedumbre abandonaba Times Square. A la mañana siguiente, Samson despertó en la cama de Kate con un terrible dolor de cabeza. Ella aún dormía y, a la luz pálida de la habitación, su piel parecía azul. El se vistió y se fue sin hacer ruido. Tomó una aspirina, cogió la chaqueta y la cámara y salió a la calle. Había nevado hacía un par de días y el sol se reflejaba en todas partes.
Al cabo de un mes, volvió a nevar. Al anochecer habían caído diez centímetros, y Samson fue andando a Central Park. La gran explanada, aún virgen de pisadas de perro, relucía al claro de luna. Paseó bajo los árboles blancos haciendo crujir la nieve con las suelas de los zapatos. Salió del parque por la puerta sur y bajó por Broadway hacia el Day-Glo de Times Square. Los bares estaban llenos de gente que miraba la Super Bowl. Tenían las vidrieras empañadas. Oyó aclamaciones al pasar.
Desde diez calles de distancia vio la pantalla gigante suspendida sobre la Cuarenta y dos. El neón saturaba el ambiente, derramando cien palabras por minuto. Los jugadores corrían por la pantalla, sin hacer ruido, mientras la nieve caía sobre ellos. Samson, desde la isla de peatones, los veía agruparse y dispersarse; eran hombres que desconocían su propia fuerza y dedicaban su existencia a observar la disciplina del campo. Sintió el deseo de caer de rodillas ante ellos. Cuando terminó el partido, tenía las manos y los pies insensibles. "



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