Un relato de muerte con manuscrito (fragmento)Rainer Maria Rilke
Un relato de muerte con manuscrito (fragmento)

"He leído esta historia tan a menudo, y por cierto en cuantas ocasiones me ha sido posible, que a veces pienso que la he debido anotar sacándola de mis recuerdos. Pero, en mí, presenta una variante, que transcribo a continuación. La mujer no había visto jamás a la muerte; sin ningún recelo la dejó entrar. Pero la muerte dijo de una manera algo brusca y como quien no tiene tranquila la conciencia: "Entrega esto a tu esposo." Y cuando la mujer la miró con aire interrogativo, añadió presurosa: "Es simiente, simiente muy buena." Y se alejó al punto sin volver la vista atrás. La mujer abrió la bolsita, que tenía entre las manos; y, en efecto, contenía una especie de simiente de granos duros y feo aspecto. Entonces recapacitó la mujer: "La simiente es algo imperfecto, en potencia. No sabe uno lo que de ella puede salir. No entregaré a mi esposo estos granos de aspecto tan poco agradable, porque no cuadran a un regalo. Prefiero sembrarlos en el macizo de nuestro jardín y esperar a que produzcan. Entonces, le llevaré la planta y le contaré cómo me hice con esta simiente." Y así fue como obró la mujer. No varió en nada, a partir de aquel día, la vida de ambos. El hombre, a quien siempre venía a las mientes que la muerte había estado ante su puerta, se sentía al principio algo intranquilo, pero, viendo a su mujer tan afable y despreocupada como siempre, pronto volvió a abrir las grandes batientes de su puerta, con lo que penetró en la casa mucha vida y luz. A la primavera siguiente brotó en el macizo, entre los esbeltos lirios cárdenos, un arbusto de pequeño tamaño. Tenía las hojas delgadas, negruzcas y un si es no es apuntadas, semejantes a las del laurel, y había en su tono oscuro un resplandor peregrino. El hombre se proponía a diario preguntar por la procedencia de aquella planta. Pero cada día lo aplazaba. Poseída de un sentimiento afín demoraba también la mujer de un día para otro el momento de la confesión. Pero la pregunta retenida por el uno y la contestación no arriesgada del otro les reunían a menudo a ambos junto a aquel arbusto que, a causa de su oscuro verdor, se destacaba con tanta singularidad en el jardín.
"Cuando llegó la primavera siguiente se ocuparon del arbusto como de las demás plantas, y se entristecieron cuando, rodeado de la profusa floración que apuntaba, la vieron crecer invariable y mudo, cual el primer año, insensible a todos los soles. Entonces decidieron, sin consultárselo, procurarle justamente en aquel tercer año toda su lozanía, y cuando brotó en la correspondiente primavera cumplieron en silencio y mano a mano lo que cada uno había prometido. El jardín se embrozaba por todas partes, y los lirios cárdenos se mostraban más pálidos que antes. Pero un día en que, tras de una noche penosa y tapada, salieron por la mañana, la serena y radiante mañana, observaron que, de entre las hojas negras y aguzadas del arbusto extraño, había brotado de improviso una floración azul, mortecina, cuyos capullos se abrían ya por todas partes. Y estuvieron quedos ante aquélla, aunados y en silencio, y entonces, por vez primera, no supieron decirse una palabra. Porque pensaban: "Ahora da flores a la muerte", y se inclinaron a un tiempo para apreciar el aroma de la joven floración. Pero desde aquella mañana, todo ha cambiado en el mundo." "Así rezaba la guarda del viejo libro", acabé yo. "



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