El vano ayer (fragmento)Isaac Rosa
El vano ayer (fragmento)

"No me levantaron y ahí quedé, genuflexo en lo que no era el gabinete de tormentos esperado, sino una vulgar oficina, con un par de mesas metálicas, grandes archivadores, estufas a los pies, tubos fluorescentes y paredes blancas peladas, sin más adorno que un calendario con fotografía de la plantilla del Real Madrid en formación, de pie y arrodillados con balones; recuerdo bien cada detalle porque en esos momentos lo asimilas todo, no se produce un vacío como cuentan algunos, sino que sientes cada instante como último y quieres atraparlo, exacto. Podría detallar la escena, aportar elementos que no sirven para la narración pero que no he olvidado, el color plomizo de las mesas, el desgaste de los tiradores plateados en los archivadores, los rostros de los funcionarios, sus perfiles angulosos bajo la luz azulina de los fluorescentes, la mirada indiferente, administrativa, del mecanógrafo que colocaba el folio en la máquina de escribir, con cuidado de centrar la hoja de papel en el carro, podría dibujar su rostro, cómo eran sus gafas de pasta ancha, sus patillas descuidadas, su raya del pelo desplazada por la calvicie. Uno de los policías me tomó entonces por las axilas y me obligó a ponerme en pie, concediéndome el beneficio de la pared como apoyo en mi dudosa verticalidad. El oficinista me miró con fastidio, como lo que realmente era: un trámite más en su jornada laboral quizás alargada por la tardanza en llegar el último detenido, rotos sus planes de salir temprano, quizás un propósito de ocio, cine o teatro donde reír un buen rato después de todo un día registrando el ingreso de hombres esposados. Colocó los dedos sobre las teclas y comenzó el interrogatorio preliminar, nombre, apellidos, dirección, fecha de nacimiento, datos inofensivos, ordinarios, que lo mismo sirven para rellenar una ficha policial que el carné de la piscina, preguntas a las que yo contestaba sin demora, como si mi disciplina pudiese suavizar futuros castigos, hasta que el funcionario se decidió por otro tipo de preguntas menos habituales y que pensaba unos segundos antes de formularlas, como si estuviese improvisando o no recordase el cuestionario: última ocasión en que salió del país, personas a las que avisar en caso de no ser puesto en libertad, y esta pregunta, con o sin intención, me arrojó a la cara un instante de esperanza, en caso de no ser puesto en libertad, como si aquello pudiese ser sólo una equivocación, una comprobación rutinaria tras la que iba a ser puesto en libertad. Cuando el encuestador decidió que ya eran suficientes datos revisó lo escrito, leyendo en voz alta mis respuestas y esperando en cada una mi asentimiento. Después tomó el folio, buscó en uno de los archivadores, extrajo del mismo una carpeta y salió con los papeles del despacho a paso ligero, como si realmente tuviera prisa por acabar, cine o teatro, pensaba yo en mi deriva mental, quizás se le hacía tarde para la sesión de las ocho. Quedé como estaba, de pie, apoyado en la pared, intentaba frotarme las manos, adormecidas por las esposas, sin más compañía que los dos policías que me escoltaban. Tardaron unos segundos en reaccionar hasta que, sin que se hubiera producido ninguna señal ni llamada, me tomaron por los brazos y me sacaron de aquel despacho, me empujaron por el pasillo siguiendo el camino por el que habíamos entrado, pero en algún momento hicieron un requiebro hacia otro pasillo porque yo no reconocía ya el trayecto, en realidad todo era muy similar, los suelos, las paredes, las puertas, era fácil perderse, un recurso arquitectónico a propósito para dificultar cualquier huida, una nueva curva en el pasillo, otra escalera ascendente y eso me daba esperanzas, porque subir en aquel edificio era alejarme del sótano temido, de los calabozos. "


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