Compañía (fragmento)Samuel Beckett
Compañía (fragmento)

"La última vez que saliste, el suelo estaba cubierto de nieve. Tú, ahora boca arriba en la obscuridad, estás esa mañana en el umbral, tras haber cerrado tras de ti la puerta con suavidad. Apoyado en la puerta con la cabeza gacha, te aprestas a salir. Al abrir los ojos, los pies han desaparecido y los bajos del abrigo descansan sobre la superficie nevada. La obscura escena parece iluminada desde abajo. Te ves en esa última salida apoyado contra la puerta y con los ojos cerrados, esperando a darte la salida. Estar fuera. Después la escena a la luz de la nieve. Estás tumbado en la obscuridad con los ojos cerrados y te ves ahí, tal como apareces descrito, aprestándote a lanzarte a través de esa extensión de luz. Vuelves a oír el «clic» de la puerta cerrada con suavidad y el silencio antes de poder iniciar los pasos. A continuación, ya estás en marcha por los blancos pastos, animados con corderos en primavera y salpicados de placentas rojas. Sigues el camino de siempre, la línea recta hacia el tajo en el majuelo que forma el límite occidental. Hasta allá, desde que entras en los pastos, das por lo general de mil ochocientos a dos mil pasos, según tu humor y el estado del terreno. Pero esa última mañana vas a dar muchos más. Muchos, muchos más. Tienes los pies tan acostumbrados a la línea recta, que, de ser necesario, podrías seguirla con los ojos cerrados sin equivocarte, a la llegada, más de unos pasos al norte o al sur. Y, en verdad, sin que sea necesario, a no ser interiormente, eso es lo que por lo general haces y no sólo aquí. Pues avanzas, si no con los ojos cerrados, aunque también así la mitad de las veces, al menos con la vista fija en el terreno momentáneo ante tus pies. Eso es lo único que has visto de la naturaleza. Hasta que bajaste la cabeza por fin. El efímero terreno ante tus pies. De vez en cuando. Ya no cuentas los pasos. Por la sencilla razón de que todos los días son los mismos. Los mismos por término medio de un día para otro. Pues el camino es siempre el mismo. Llevas la cuenta de los días y al décimo multiplicas. Y sumas. Ya no te acompaña la sombra de tu padre. Hace tiempo que quedó atrás. Ya no oyes tus pisadas. Sigues tu camino sin oír ni ver. Un día tras otro. Para ti ya no hay otro. El mismo camino. Como si ya no hubiera otro. Para ti ya no hay otro. Antes no te detenías sino para contar. A fin de continuar a partir de cero. Desaparecida esa necesidad, como hemos visto, tampoco tienes ya, en teoría, necesidad de detenerte. Salvo un momento tal vez en el extremo. Para aprestarte al regreso. Y, sin embargo lo haces. Como nunca antes. No por cansancio. No estás más cansado ahora que antes. Y, sin embargo, te detienes como nunca antes. De modo que para los mismos cien metros que antes recorrías en tres o cuatro minutos ahora tardas de quince a veinte. El pie cae por sí solo en pleno paso o, cuando le toca alzarse, se pega al suelo y detiene el cuerpo. "


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