Nueve colores sangra la luna (fragmento)Carlos Aguilar
Nueve colores sangra la luna (fragmento)

"Ciertamente, Eugenio Arbó había conocido a Isabel Silva en la pantalla del «Cine Madrid» en 1974. Sin embargo, no supo de su desaparición hasta 1975. Año en que descubrió que ésta había ocurrido en 1972, gracias a una entrevista con Jacobo Blanco publicada en 1973.
Agitado desde dos días atrás, sin duchar ni afeitar, Arbó repasaba el tristemente parco material que había logrado reunir sobre ella, a lo largo de los años. Dos entrevistas personales, únicamente. Con poco y superficial texto, encima, pero al menos ilustradas mediante el grato concepto «sexy» de la época. La primera fue concedida a Diez Minutos, en 1970. Y la segunda a Cine en 7 Días, en 1971. Guardaba varios ejemplares de ambas, completos. Además de todas las fotografías, recortadas de otras copias. A este material se añadía una fotocopia de su breve reseña biográfico-profesional aparecida en el Cine Guía de 1972, comprado tiempo atrás.
Nada más. Era todo lo que había hallado en el curso de sus expurgos hemerográficos. Por lo visto, en su día ninguna otra publicación le concedió atención, ni las de información general ni las especializadas. Y después nadie había querido escribir sobre ella... Arbó todavía recordaba la honda decepción que sufrió al constatar la ausencia de Isabel Silva en el monumental libro de referencia Las estrellas de nuestro cine. Obviamente, los dos autores habían estimado que una carrera tan breve y discreta no justificaba la inclusión de esta actriz en su obra.
Podía entenderse. Isabel Silva únicamente había participado en diez películas, y por añadidura lo había hecho en cometidos secundarios. Incluso muy secundarios, a veces. Las dos últimas películas en que intervino, además, eran extranjeras.
Por consiguiente, ningún cinéfilo ni crítico había reparado en ella, desempeñando papeles tan breves en películas sin ambiciones. Salvo el periodista francés que entrevistara a Blanco... Una puntual excepción a la cual Arbó nunca prestó, más bien no quiso prestar, importancia. Puesto que justo aquí estribaba la virtud última de Isabel Silva para la sensibilidad de Arbó, aquí radicaba la cualidad que había perfilado tan extraordinario amor: nadie más la conocía. Isabel Silva únicamente existía para él. No tenía que compartirla. No en vano, en sus películas nunca había llegado a besarse con ningún hombre.
Tumbado en el suelo, vestido con un pantalón de pana comprado muchos años antes y un jersey de lana hecho por su tía Aurora, Arbó decidió desdeñar los papeles, y se quitó las gafas. Recordaba perfectamente lo poco que había descubierto, no necesitaba releerlo. "



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