Demasiados héroes (fragmento)Laura Restrepo
Demasiados héroes (fragmento)

"El muchacho escogía las palabras que le parecían precisas y descartaba las demás, no quería que sobraran y al mismo tiempo no podía permitirse el lujo de que faltaran. Su mensaje tenía que surtir efecto, tenía que producir resultados, y él sopesaba las posibilidades de que no hubiera respuesta a esa llamada telefónica que estaba a punto de hacer como quien lanza al mar un SOS en una botella.
—¿Y si Ramón no me contesta, Lolé? —preguntó por décima vez y su voz disimulaba mal el miedo—, qué tal que su contestadora automática grabe mal y luego no se entienda, o algo así, qué tal si eso pasa, y entonces Ramón quiera llamarme pero no pueda porque no entienda bien mi mensaje, o a lo mejor ni siquiera se acuerda de mí, ¿tú crees, Lolé, que Ramón se acuerde de mí? —le daba mil vueltas a las eventualidades de un desencuentro como si en esta particular mañana de Buenos Aires pudiera deshacer tantos años de ausencia con su sola voz, con un solo párrafo que repasaba y volvía a repasar pero sin atreverse a marcar el número de su padre, a quien había visto por última vez hacía ya tanto, cuando tenía dos años y medio y él se lo llevó de casa.
Desde esa época no habían vuelto a saber nada de Ramón, ni una llamada, ninguna carta, o sí, unas cuantas cartas muy al principio y después ya nada, sólo las noticias vagas y contradictorias que de tanto en tanto les llegaban por azar y a través de terceros. Que Ramón cayó preso, que está calvo y perdió un diente, que vive con una boliviana y anda organizando a los mineros en Bolivia, que ahora es dirigente de las barriadas empobrecidas de Buenos Aires. Pero nunca tuvieron pistas ciertas de su paradero porque ni los buscó ni lo buscaron. Mejor dicho ni Lorenza buscó a Ramón ni Ramón los buscó a ella y al niño; a Mateo no podían incluirlo en ese tejemaneje porque no le habían dado la posibilidad de opinar al respecto hasta el momento de este airado reclamo suyo, esta adolorida exigencia que había obligado a su madre a viajar a Buenos Aires para acompañarlo.
Tras el episodio oscuro, vinieron para Lorenza y el niño unos años saturados de maletas, de autopistas y de aviones, durante los cuales nunca se cruzaron con Ramón. Ni siquiera se le acercaron. Todo lo contrario. Ella se había impuesto, como un destino, la urgencia de empujar al hijo lejos de su padre, de ponerle fuera de su alcance. Siempre le advertía que si su padre se lo había llevado una vez, podía volver a intentarlo, pero nunca le decía que Ramón fuera un mal hombre. Eso no se lo decía nunca. "



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