El escritor de epitafios (fragmento)Hernán Rivera Letelier
El escritor de epitafios (fragmento)

"Cuando llega a su habitación se da cuenta de lo alterado que está. Tirado en el sillón, le cuesta un buen rato relajarse, recuperar su aire circunspecto. Por una manchita de sangre en el pantalón se descubre una peladura en la rodilla, seguramente causada al caer sobre el escaño de cemento. Se la limpia con alcohol y se pone un parche curita; es el primer parche que ocupa de las decenas de tiras que, por solidaridad, le compra a un desastrado ángel que pasa vendiéndolas por el café.
Después se prepara un té.
Es pasada la medianoche cuando la niña gótica golpea los vidrios de la ventana. Él, a punto de conciliar el sueño, acababa de dejar sobre el velador una antología de César Vallejo releída por enésima vez. Como acostumbra a dormir desnudo, se enrolla una toalla a la cintura y abre.
Abre y vuelve a la cama.
La niña entra sin saludar. Viene con el pelo y el abrigo largo llenos de tierra, y trae huellas como de sangre seca en la frente.
Un aura enferma parece rodearla.
En un dejo de desmayo se deja caer en el sofá, queda con la mirada colgando de un punto en el aire, parece una muerta en vida. Su tétrica facha la hace aparecer más tenebrosa de lo habitual. El pelo, tijereteado atrozmente, pegado al cráneo como con engrudo, y sus lentes de contacto de color amarillo, la vuelven un ser repelente, andrógino.
Muchas veces, el Escritor de Epitafios ha pensado a la niña como un ángel extraviado, «un ángel eclipsado», como escribió una vez en su libreta de apuntes, pero ángel al fin y al cabo. Tal vez, un ángel primerizo, un ángel temblando como una alondra ante la inminencia de su primer vuelo, de su primera transfiguración. Ahora, al verla ahí, con su aspecto de muerta desenterrada, la niña le parece un ángel nihilista buscando transgredir lo bello, infringir lo religioso, quebrantar lo familiar.
Aquí, el Escritor de Epitafios cae en la cuenta de que la niña jamás ha hablado de ella. Más aún: en el tiempo que la conoce, ni siquiera le ha dicho su nombre. Está seguro de que Lilith, como la llamó el gótico industrial, es un apodo, un seudónimo para sus poemas. Hasta ahora, él la ha llamado, simplemente, niña, o niña gótica. Ella, por su parte, lo trata todo el tiempo de señor escritor. Jamás ha llegado a tutearlo.
Mientras divaga en torno a esto, contemplándola tendida en el sofá como un jirón de la noche, aparece la silueta de Kots enmarcada en la ventana. Siempre llega a esas horas de sus excursiones eróticas. Tras regodearse un rato posando en un escorzo egipcio, el felino entra a la habitación y va directo a restregarse en los bototos de la niña. Ella comienza a murmurar algo ininteligible. Él, desde la cama, aprovecha para preguntarle de dónde viene.
No obtiene respuesta.
Sin embargo, no hay necesidad de preguntar: su ropa sucia de tierra indica a todas luces que viene del cementerio. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com