Oriente y occidente (fragmento)Edward Dunsany
Oriente y occidente (fragmento)

"Lo miró estoicamente, no maravillado ante algo nuevo, si es que en realidad era algo nuevo en China. Meditó sobre ello un momento de un modo que a nosotros nos es desconocido, y cuando hubo añadido a su filosofía lo muy poco que podía extraerse de la visión de aquel hermoso carruaje, volvió a su vigilancia de las oportunidades que la noche brindaba a los lobos y a aquellos pensamientos sacados de las leyendas de China, que a tales fines habían sido preservadas, a los que de vez en cuando se entregaba como entretenimiento. Pues ni que decir tiene que en una noche como aquélla el entretenimiento era no poco necesario. Pensó entonces en la leyenda de la doncella-dragón que era aún más hermosa que las flores y carecía de igual entre las hijas de los hombres. A pesar de su hermosura humana, era sin embargo, la hija de un dragón descendiente de los dioses antiguos, y por ello también completamente divina al igual que los primeros miembros de su estirpe, aún más divinos que el propio emperador.
Cierto día, la hermosa doncella abandonó su pequeña tierra, un verde valle escondido entre montañas. Descendió por escarpados desfiladeros mientras las rocas, para complacerla, resonaban como campanillas de plata a su alrededor al paso de sus pies desnudos, y aquel sonido era como el de los dromedarios de un príncipe que regresa a su palacio a la caída de la tarde, cuando suenan sus campanillas de plata para regocijo de los aldeanos.
Había ido a coger la amapola encantada, que solía crecer y sigue creciendo hasta hoy —como los hombres podrían comprobar si fuesen capaces de dar con ella—, en un prado al pie de las montañas. Si alguien, alguna vez, consiguiera la amapola, con ella llevaría al hombre amarillo la felicidad, la victoria sin lucha, las buenas cosechas y la paz infinita. La doncella descendía de las montañas con toda su hermosura… Y mientras se entretenía recordando la leyenda en la hora más difícil de la noche, la misma que precede al alba, aparecieron dos nuevas luces y el pastor vio pasar otro cabriolé.
El hombre del segundo carruaje iba vestido del mismo modo que el primero, aunque aún más empapado que el anterior, pues no había cesado el aguanieve; pero un traje de noche sigue siendo un traje de noche en cualquier lugar del mundo. El conductor también llevaba el mismo sombrero engrasado y la misma capa impermeable que el primero. Cuando el carruaje hubo pasado, la oscuridad engulló las dos lámparas, la nieve cubrió el rastro de las ruedas, y no quedaron más que las especulaciones del pastor acerca de cómo un cabriolé había podido ir a parar hasta aquel lugar de China. No obstante, pronto también éstas se desvanecieron, y el pastor volvió a sus leyendas antiguas y a la contemplación de cosas más serenas.
La tormenta, el frío y la oscuridad hicieron un último esfuerzo y lograron hacer que temblaran los huesos del pastor, que castañetearan los dientes de aquella cabeza que divagaba entre fábulas de flores. De repente, había amanecido. Podían ya distinguirse las siluetas de las ovejas, y el pastor las contó. Ningún lobo parecía haberse acercado. No faltaba ninguna. En ese momento apareció el tercer cabriolé con sus lámparas aún encendidas y un aspecto ridículo a la pálida luz de la mañana. Todos venían del Este con el aguanieve; todos se dirigían al Oeste. Y el ocupante del tercer carruaje también vestía un traje de noche.
Entonces el pastor manchú, tranquilamente, sin ninguna curiosidad y aún menos asombro, sino como alguien acostumbrado a ver cualquier cosa que la vida tenga que mostrarle, aguardó allí durante cuatro horas para comprobar si pasaba alguno más. El aguanieve y el viento del Este persistían. Y al fin, al cabo de las cuatro horas, pasó un nuevo carruaje. El cochero iba tan rápido como podía, como si quisiera aprovechar al máximo la luz diurna. Su capa de cochero ondeaba al viento, y en el interior del carruaje un hombre vestido con traje de noche era sacudido de un lado a otro por las irregularidades del camino. "



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