Manteca colorá (fragmento) Montero Glez
Manteca colorá (fragmento)

"Los hombres del Tambucho no eran otros que el Moquillo, el Pandorga y el Lagarto. Empecemos por este último, conocido como el Lagarto debido a las horas que aguantaba con el sol de plano, así como por el color de la piel, de un pardo oliváceo y más propio de reptil que de ser humano. El Lagarto era pescador atunero, de la almadraba de Barbate para ser exactos. Tenía sobresueldo como ayuda de cámara del coronel en su barco de recreo. Era el encargado de preparar los cebos y arrastrar las piezas que el difunto pescaba. Se excitaba con el olor a sangre y fue uno de los encargados de dar pasaporte al Lunarejo. Le agarró por los pelos y le metió la cabeza contra una de las setas de hierro que hay en el muelle. No contento, el Lagarto ofreció la presa al cabecilla de la banda. Y el Tambucho se sacó la minga y orinó en la boca del Lunarejo. Fue una meada gruesa que encharcó sus pulmones. Luego, una vez en alta mar y por encargo del Tambucho, el Lagarto cogió un machete y le abrió el vientre. Y con las tripas desatadas de sangre al Lunarejo le metieron en un saco y lo reventaron a palos antes de arrojarle al agua. Comida para los peces. El Lagarto estaba convencido de que el Lunarejo no iba a tardar en aparecer, pues la mar devuelve todo lo que no es suyo. Pero el Lagarto se equivocó en los cálculos. El cuerpo del Lunarejo tardaría en asomar unos cuantos días más de la cuenta, con el coronel Peralta ya nervioso, elaborando un plan sobre la marcha que pringase al Roque y que amortizara la inversión, utilizándole como señuelo. Por último, cabe decir del Lagarto que era de esos que no aguantaban ni un pelo y que, de un grito, paralizaba a los peces más grandes, para después atravesarlos de parte a parte.
Otro elemento bueno era el Moquillo. El apodo le venía porque cuando saludaba lo hacía con un apretón de mano. Esto último no tendría nada en especial si no fuera porque en la palma siempre llevaba un moco crudo. El citado individuo era, además de guaneras, un tipo sin ningún escrúpulo a la hora de llevarse por delante a quien fuese. Capaz de meterle fuego a un orfanato sólo por darse lumbre, el Moquillo trabajaba como soplón de la policía desde que cumplió edad penal y era de un servilismo viscoso en su trato con la Guardia Siví. El Roque le tenía ganas, pues aunque no hubiese tenido nada que ver en la emboscada del Sarchal, el Roque daba por seguro que sí. Sus tejemanejes con la policía, el suspirar de insecto y los ojos agrios y de pupilas verdes, como dos guisantes, le hacían recelar de él.
Y ya por último nos queda el Pandorga, molleja corpulenta de Barbate, conocida en el ambiente más picante de la zona por sus espectáculos nocturnos, espolvoreados con la sal y la pimienta de los amores impúdicos, los mismos que combinan excremento y semen con la mariconería más escatológica, en fin, una suerte de cabaret donde el Pandorga ponía en práctica su comicidad grasienta. El citado se travestía con su combinación bajera, el abanico de plumas y la peluca color ceniza. Y con las mismas proporciones de una foca adulta, aparecía en escena para hacerse una imitación faratona de la Sarita Montiel, con su clavel recién cortado entre los dientes y mucho movimiento de trasero. Pero que mucho. Fu-man-does-pe-ro-al-hona-bre-que-más-quie-ro. Además de lo dicho, hay que añadir otra peculiaridad en sus maneras desinhibidas, y ésta no es otra que la del candao gaditano, ejercicio en el que el Pandorga destacaba para sobresaliente. "



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