Los excluidos (fragmento)Elfriede Jelinek
Los excluidos (fragmento)

"El agua chapotea dentro de su recinto de porcelana, pero no puede salirse de él. Del mismo modo que uno tampoco puede salirse de la propia piel. Son muchos los que sonríen, ríen, gruñen, chillan o se distraen haciendo deporte. Algunos se arrojan al agua en posturas grotescas, quizá, encima de alguien inocente, mientras que otros se deslizan elegantemente por el agua, como delfines adiestrados. A este último grupo no pertenecen ni Anna ni Rainer. A ellos les horroriza tener que practicar cosas en las que no destacan sobre los demás. Por consiguiente, se ven obligados a fingir su suficiencia. Pero con demasiada frecuencia tienen que hacer sitio cuando, por abajo, alguien se desliza entre sus piernas como una anguila o cuando, por arriba, alguien amenaza con caer sobre sus cabezas. Cédele el paso al capaz, dice un refrán y también lo dicen los audaces nadadores, que nadando audazmente dejan atrás a los dos gemelos, porque su punto fuerte es el mundo del libro, que en esta piscina no es solicitado y no tiene ni voz ni voto, porque aquí sólo los tiene el deportista, es decir el atleta especializado en natación. Esto es una injusticia porque esos valores son realmente ínfimos. Lo que también se valora aquí es la constitución física de cada cual. Lo de arriba y lo de abajo. En las mujeres se pone mayor énfasis en lo de arriba. En los hombres, en lo de abajo. En ambos casos el desarrollo está en función de la edad, y aquí la mayoría no ha alcanzado todavía su pleno desarrollo. Nos estamos refiriendo a los caracteres sexuales primarios y secundarios de Rainer y Anna que aquí resaltan más que bajo la vestimenta habitual. Pero tanto en un caso como en otro han salido un tanto esmirriados.
Abrazados fraternalmente, como si se encontraran en medio de un huracán, aguijonean a un tarzán musculoso que ignora quiénes son Sartre y Camus y en qué país viven (Francia).
En el extremo profundo, y para desconsuelo de Rainer, Sophie nada a crawl enfundada en un impecable bikini blanco que, aunque tapa lo imprescindible, sigue dejando ver a los circunstantes lo que sólo pertenece a Rainer. Ella nada con estilo, se cubre la cabellera con un gorro y practica este deporte sin pretensión alguna, porque cuando se domina algo tan absolutamente, las pretensiones resultan innecesarias. Ha venido sola. Parece haberse olvidado de la existencia de Rainer, que supone una constante amenaza y simultáneamente un reto, pero no en el plano deportivo, sino en el privado, en el que ambos tienen que trabajar para mejorar sus relaciones. Con la flexibilidad de un arco sale y vuelve a sumergirse en la humedad verde y fría que llamamos líquido elemento. Cuando alguna cosa se tensa decimos que se tensa como un arco, pero Sophie tensa su cuerpo como sólo ella sabe hacerlo. Es como un reluciente imperdible abierto que sobresale de una piel de plástico, pero sin dejar huella de pinchazo alguna. Sophie sólo deja huellas en el corazón de Rainer y en el cerebro de Anna, porque es ingrávida, sólo su caballo conoce su verdadero peso porque la lleva muy a menudo. Pero todavía nadie ha oído quejarse a Tertschi, su caballo.
La bóveda retumba bajo el vocerío de un grupo de escolares que, en formación cerrada, acude a la clase de natación. Rainer y Anna les observan con disimulo para aprender algo que luego puedan poner en práctica, cuando Sophie les esté mirando. Pero son demasiado cobardes para meter la cabeza debajo del agua porque ahí uno se siente indefenso, no puede respirar y está en inferioridad de condiciones respecto a los más avanzados. Por eso prefieren observar desde arriba. Un joven muchacho, que por su constitución física bien pudiera ser cerrajero o tornero, bucea entre las piernas de Anna, que lanza un grito y desaparece completamente en el chapoteo. Con muchísimo cuidado, su hermano trata de sujetarla bajo el agua para protegerla. Sophie se acerca, con la velocidad de una trucha, para ayudar, pero Anna ya se ha recuperado. Rainer tiembla ante la idea de que Sophie haya podido darse cuenta de que no nada bien, pero a ella esto le trae sin cuidado. Sophie no disfruta de nada tanto como de la sensación que, en su estricta corporeidad, le brinda a uno el cuerpo, cuando se ejercita. Luego se precipita a la ducha porque tiene prisa. Rainer y Anna, blancos como el queso, la siguen. Sophie se cimbrea bajo el chorro de la ducha y Rainer se le aproxima para platicar sobre el amor que siente por ella. Entre otras cosas le dice que el concepto abstracto de la felicidad debe ser equiparado al concepto abstracto del amor, y subraya esto una vez más, con vehemencia, ya que lo ha dicho en múltiples ocasiones. El amor es felicidad. La felicidad sin el amor resulta inconcebible. (Supuestamente) el verdadero sentimiento de felicidad sólo recorre tu turbado corazón cuando eres consciente de ello, cuando reconoces que una persona te pertenece totalmente y que te quiere con todas sus fuerzas y que va a apoyarte incondicionalmente, pase lo que pase, y entonces sí podrás decir, soy feliz. Afirmar esto por haber obtenido buenas notas en el colegio sería decididamente ridículo. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com