El efecto dominó (fragmento)José Acosta
El efecto dominó (fragmento)

"La mujer recogió la lata con los orines volviendo el rostro para no ser afectada por el tufo, y salió. —La claridad de la puerta empujó por un instante una sombra sobre la pared vacía, que no parecía de hombre sino de algún animal mitológico—. Atravesó el patio hasta la letrina. Echó los orines y luego dejó la lata cogiendo agua bajo el grifo. En medio del patio estaba el anafe donde había cocido las viandas del almuerzo. Lo volteó con el pie; los tizones, al desprenderse de sus cenizas, revivieron más pequeños y rojizos. Cuando les arrojó el agua de la lata, para terminar de apagarlos, los tizones dejaron escapar un chillido humano.
Ella fue la única hija de una mujer apodada la Americana, no porque fuera de los Estados Unidos, sino por la extraña blancura de su piel y la constelación de pecas que cubría su rostro. La Americana la crió como a una muñeca. Todavía a los dieciocho años la bañaba y peinaba, le escogía la ropa cuando iban de tiendas, le seleccionaba las lecturas que no salían del abanico de las novelitas rosas; y con el tiempo fue la Americana quien le escogió marido, un hombre llamado Alejandro Llenas, que le doblaba la edad y cuya única virtud era la de ser dueño de un motel de mala muerte en las afueras de la ciudad. Después que murió la Americana de un dolor de muela que le zafó la quijada y le retorció el cuerpo, Teresa tuvo que valerse por sí misma en la casa con el señor Llenas, como ella siempre lo llamó. En lo adelante la relación se fue deteriorando. La inexperiencia de Teresa en los asuntos domésticos fue compensada, sin embargo, por el embarazo. Ya el señor Llenas no le peleaba porque “los plátanos están salados, Teresa, que las camisas están estrujadas, Teresa, ¿cómo diablos voy a salir? Esta casa apesta a ratón muerto, coño, Teresa...” Hasta que el período de tregua terminó cuando le nació el primogénito al señor Llenas. Cuando lo desarropó, sintió una amargura honda y acumulada en el estómago. Lo envolvió en la sábana y lo pasó a su mujer diciéndole:
—Lárgate con él. Ni para eso sirves, mujer de vientre sucio.
Teresa se marchó a la casa de su difunta madre y crió al niño escondido en uno de los cuartos, avergonzada de su engendro; en la oscuridad, porque le dolía y lastimaba verlo. Mañana se marcharía de la casa perdida por la hipoteca, con unos chelitos ahorrados en el baúl viejo que usaba su madre para que la ropa cogiera olor a cedro. Había alquilado una piececita en las afueras para terminar de vivir.
Antes de que llegara el camión, Teresa tenía bañado y cambiado al hombre. En las tinieblas, mientras lo enjabonaba, sintió que sus manos conocían más que sus ojos al hijo de su vergüenza. Por medio del tacto, a través de los años, fue viéndole crecer el pelo de la barba, la anchura del pecho, y lo que ella siempre llamó “la palomita, mi hijo, ven a hacer pipí antes de acostarte para que no orines la colcha”. Y él se quedaba pensativo, mirándola envejecer, amándola en secreto en ese mundo oscuro que ella iluminaba con su presencia, haciéndolo más ligero y feliz. "



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