Viaje sin planear (fragmento)Frank Yerby
Viaje sin planear (fragmento)

"Jean la apartó de sí, aguzado el oído. Simone estaba en lo cierto. No se oía ni el más leve sonido. Jean pensó, aprovechando los momentos en que aún era capaz de pensar: «Lo habré soñado. Pero hubiera jurado que…»
La razón por la que no se oía ruido alguno era sencilla: de los medio-tractores alemanes, cien de ellos, llevando sentados cada uno quince hombres, estaban ya todos en el interior del pueblo denominado Pariset. Esos vehículos, así como los Steyr 640, los Kommandeurwagens, o vehículos de mando, con seis ruedas, en cada uno de los cuales viajaban seis oficiales y el suboficial que los conducía, habían parado sus motores. Y Pariset estaba lo bastante alejado de St. Nizier para que el metálico ruido de las armas y el sordo pisar de las botas llegaran hasta el lugar en que, incluso el aguzado oído de John Farrow pudiera oírlos. Además, John Farrow-Jean Claude Dubois, en aquellos instantes, estaba tan ocupado que ni las trompetas del Juicio Final hubiera sentido.
Después, Jean y Simone no penetraron suavemente en el mundo de los sueños, sino que se desplomaron, cayendo por los siete dantescos niveles en el más profundo sueño. Tan profundo que ni siquiera oyeron los comienzos de la batalla. Lo que los despertó fue el más brutal despertador de este mundo. Una ametralladora móvil, con motor autónomo, de 107 mm, es decir, del calibre 50, el arma automática más pesada que jamás se haya fabricado antes de llegar a los 20 mm, en cuyo punto la ametralladora deja de ser tal para convertirse en cañón de fuego rápido, montado de tal manera que forma parte integral de un Austro-Daimler ADMK (vehículo en forma de calesín dotado de ruedas y cadenas al mismo tiempo, pero que no es un medio-tractor en miniatura, ya que las ruedas y las cadenas sólo pueden emplearse alternativamente, según lo exija el terreno, pero jamás al mismo tiempo, como ocurre siempre en el caso de los medio-tractores), se acercó ruidosamente por entre los árboles, después de haber rebasado por el flanco la línea de defensa del FFI -250 hombres contra 1.500 alemanes- y se detuvo en una plazuela, situada a treinta metros de la casa de Simone y Jean y unos cincuenta metros más abajo.
El tirador alzó el cañón el número de grados requerido. Luego abrió fuego. Su ayudante sostenía, con las manos enguantadas, la tira de munición que iba saltando y siendo tragada por la ametralladora. Detrás de ésta, y al otro lado, los cartuchos de los proyectiles disparados eran expulsados por el eyector, y rebotaban sobre los adoquines.
Una ardiente granizada caía sobre la carne desnuda de Simone y John. Sus párpados se abrieron rápidamente. Cristal pulverizado cubría sus cuerpos. En algún que otro punto se les habían clavado astillas de vidrio que los hacían sangrar.
Rodando sobre la cama, se dejaron caer, en un movimiento que indicaba su experiencia en avatares bélicos, y se arrastraron por el suelo, manteniéndose siempre a un nivel inferior al del alféizar de la ventana. La ametralladora hizo cisco otra ventana. Luego, el tirador prestó atención a otra casa.
Se levantaron y se dirigieron corriendo al armario ropero, pero cuando llegaron a él Simone murmuró algo, en tono feroz, y volvió a aquel paisaje invernal, cubierto por el polvillo de vidrio, en que su dormitorio se había convertido. Cuando regresó, dos minutos más tarde, llevaba sujetador y bragas. Este detalle preocupó a Jean. Significaba que Simone temía morir o resultar herida y quería conservar el pudor en tales extremos. Y así era, ya que, en caso contrario, y John la conocía bien, no hubiera llevado esas prendas bajo su uniforme, debido a que deseaba reservarlas para los momentos en que llevaba atuendo femenino. Del armario sacó un par de pantalones del ejército norteamericano, pertenecientes á Jean, y se los puso, abrochándolos sobre su esbelta cintura. Prescindiendo de la longitud, esos pantalones le sentaban mucho mejor que aquellos pantalonazos que lucía cuando llegó al campamento. Luego alargó la mano hacia una blusa de llameante rojo. "



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