Silas Marner (fragmento)George Eliot
Silas Marner (fragmento)

"Así, pues, se dio comienzo a una pesquisa que tenía por objeto un buhonero: nombre desconocido, cabellos negros y crespos, color moreno de un extranjero, mercader de cuchillería y bisutería que llevaba en un cajoncito, y grandes aros en las orejas.
Pero, ya sea que las diligencias de las pesquisas se hicieron con demasiada lentitud, ya sea que aquella filiación conviniera a tan grande número de buhoneros que no fuera posible hacer una elección entre ellos, lo cierto es que transcurrieron las semanas y no se obtuvo más resultado concerniente al robo, que el cese gradual de la agitación que había causado en Raveloe.
La ausencia de Dunstan Cass fue apenas objeto de una observación: ya antes, a causa de un disgusto con su padre, se había marchado, quién sabe a dónde. Al cabo de seis semanas había vuelto a sus antiguos cuarteles sin encontrar oposición, y tan fanfarrón como antes. Su propia familia, que esperaba aquel desenlace con la única diferencia que esta vez el squire estaba resuelto a prohibirle la vuelta a los mencionados cuarteles, no aludía nunca a su ausencia, y, cuando su tío Kimble y el señor Osgood la notaron, el hecho de que había matado a Relámpago y cometido ofensa contra su padre, bastó para impedir que causara sorpresa.
Relacionar el hecho de la desaparición de Dunsey con el robo ocurrido el mismo día era cosa que estaba muy lejos del curso ordinario de los pensamientos de todos, aún de los de Godfrey, que tenía mejores razones que nadie para saber de qué cosas era capaz su hermano. No recordaba que Dunsey y él hubieran hablado nunca del tejedor desde hacía doce años, época de su infancia, en que se divertían burlándose de él.
Además, su imaginación encontraba siempre una coartada para Dunstan; se lo imaginaba siempre en algún escondrijo en armonía con los gustos que le conocía, y hacia el cual debía haberse dirigido después de haber abandonado a Relámpago. Lo veía viviendo a expensas de las relaciones fortuitas y pensando en volver a la casa para divertirse en mortificar a su hermano mayor como antes.
Aun cuando una persona de Raveloe hubiera sido capaz de relacionar los dos hechos antedichos, dudo que una combinación tan injuriosa para la honorabilidad hereditaria que tenía un monumento mural en la iglesia y copas de plata tan venerables, no hubiera permanecido secreta a causa de su tendencia malsana. Pero los puddings de Navidad, la carne de cerdo cocida y especiada y la abundancia de licores espirituosos precipitan la originalidad del espíritu en el camino de la pesadilla y son grandes preservativos contra la peligrosa espontaneidad del espíritu.
Cuando se habló del robo en la taberna del Arco Iris y fuera de allí, en la buena sociedad la balanza siguió oscilando entre la explicación racional basada en la caja de yesca y en la teoría de un misterio impenetrable que ponía las pesquisas en ridículo. Los partidarios de la creencia en la caja de yesca y de un buhonero consideraban a sus adversarios como una colección de gentes crédulas de cerebro desequilibrado que teniendo la vista perturbada, se imaginaban que todos veían como ellos; y los que estaban por lo inexplicable, se limitaban a dar a entender que sus antagonistas eran unos volátiles dispuestos a cantar antes de encontrar grano; verdaderas espumaderas en cuanto a capacidad y cuya clarividencia consistía en suponer que no había nada tras de la puerta de una granja porque no podían ver a través de ellas.
Por lo tanto, bien que esta controversia no sirviera para poner en claro el robo, descubrían ciertas opiniones verdaderas o importantes, pero que no tenían nada que ver con el asunto.
Entretanto, mientras que la pérdida que así había sufrido servía para activar la débil corriente de la conversación de Raveloe, al pobre Silas lo consumía la desesperación que le causaba aquella privación de que sus vecinos hablaban a sus anchas. Cualquiera que lo hubiese observado antes de la desaparición del oro, hubiera podido figurarse que un ser tan desgastado y marchito tendría apenas la fuerza de soportar alguna magulladura o que no sería capaz de sufrir algún debilitamiento sin sucumbir en seguida.
En realidad, su vida había sido una vida ardiente, ocupada por un fin inmediato que lo separaba de la inmensidad desconocida y triste; su vida había sido tenaz y, bien que el objeto alrededor del cual las fibras de su vida se habían entrelazado, fuese una cosa aislada e inerte, ese objeto daba satisfacción a la necesidad de Marner de tener una afección cualquiera. Pero ahora la separación protectora estaba destruida, suprimido el sostén. Los pensamientos de Silas no podían seguir girando en el antiguo círculo. Se encontraba desorientado por un vacío parecido al que la hormiga laboriosa encuentra cuando se ha desmoronado la tierra en el sendero que conduce a su nido. El telar estaba allí, y el tejido y el dibujo creciente de la tela; pero el brillante tesoro del escondite ya no estaba bajo sus pies; la perspectiva de palparlo y de contarlo no existía ya; la noche no tenía ya sus visiones de delicias para calmar los deseos ardientes de aquella pobre alma. La idea del dinero que ganaría con el trabajo del momento no le proporcionaba ninguna satisfacción, porque aquella imagen mezquina no hacía más que recordarle de nuevo su infortunio; y esas esperanzas habían sido aplastadas con demasiada violencia por el brusco golpe para que su imaginación se detuviera en la idea de ver acumularse su nuevo tesoro con aquel pequeño comienzo.
Aquel vacío estaba colmado por su dolor. Mientras estaba ocupado en tejer, gemía con frecuencia, muy quedo, como un alma en pena: era seña de que su pensamiento había vuelto al abismo abrupto, a las horas inertes de la noche. Y durante esas horas, sentado junto a la soledad de su triste fuego, apoyaba los codos en las rodillas, se apretaba la cabeza entre las manos, y gemía aún más despacio, como si tratara de no ser oído.
Sin embargo, no estaba tan completamente abandonado en su desgracia. La aversión que había inspirado siempre a los vecinos se había disipado en parte, gracias al nuevo aspecto en que su infortunio lo había presentado. En lugar de un hombre dotado con más habilidades de las que las gentes honestas pueden poseer, y, lo que es más grave, nada dispuesto a usarlas como buen vecino, ahora era evidente que Silas no tenía siquiera bastante habilidad para conservar lo que le pertenecía. "



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