La azucena roja (fragmento)Anatole France
La azucena roja (fragmento)

"Ya dentro subieron por una escalera tan silenciosa, bajo su friso griego, que parecía haber olvidado el ruido de los pasos. Empujó una puerta y dejó paso a Teresa, la cual, sin mirar a las paredes de aquel aposento, fuese derecha a la ventana que se abría sobre el cementerio. Asomaban por encima de la tapia las copas de los cipreses, que no son fúnebres en aquella tierra donde el duelo se mezcla con la alegría sin turbarla y la dulzura de vivir se extiende hasta la vegetación de las tumbas. Él la cogió por la mano y la condujo a una butaca. Siguió Teresa en pie, y entonces advirtió el adorno preparado para que no sintiese la extrañeza de lo desconocido. Algunas tiras de vieja indiana, con figuras de comedia, extendían sobre las paredes la tristeza amable de las alegrías pasadas. Había colgado también un pastel borroso que admiraron en el tenducho de un anticuario y que, por su gracia desvanecida, llamaba ella "la sombra de Rosalba". Una butaca, sillas sin barnizar: en el velador, tazas de colores y vasos de Venecia; en todos los ángulos, biombos de papel pintado, en los que se veían mascarones grotescos y escenas pastoriles, el alma ligera de Florencia; de Bolonia y de Venecia en tiempos de los grandes duques y de los últimos dogos. Observó Teresa el cuidado de ocultar la cama detrás de uno de aquellos biombos de hojas alegremente historiadas. Un espejo, una alfombra. Esto era todo. Dechartre no se atrevió a mayores preparativos en una ciudad donde los cambalacheros suspicaces le seguían la pista. "


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