El ser de las aguas (fragmento)Robert Bloch
El ser de las aguas (fragmento)

"Dean volvió a leer el mensaje, y un recuerdo relampagueó en su mente. Michael Leigh era su tío, pero no lo había visto en años. Leigh había sido un enigma para la familia; era un ocultista y pasaba la mayor parte del tiempo investigando en lejanos rincones de la tierra. Desaparecía ocasionalmente durante largos períodos. El cable que tenía Dean había sido enviado desde Calcuta, y supuso que Leigh había salido recientemente de algún lugar del interior de la India para entonces enterarse de la herencia de Dean.
Dean buscó en su mente. Ahora recordaba que había habido alguna disputa familiar sobre esta misma casa, años atrás. No recordaba exactamente los detalles; pero sí recordaba que Leigh había pedido que la casa de San Pedro fuera demolida. Leigh no había alegado motivos valederos, y cuando la petición fue denegada había desaparecido durante algún tiempo. Y ahora llegaba este inexplicable telegrama.
Dean estaba cansado después de su largo viaje en coche; y la insatisfactoria entrevista con el doctor lo había irritado más de lo que había pensado. Tampoco tenía ánimo para cumplir el pedido efectuado por el tío en su telegrama, y para emprender el largo viaje hasta Buena Street, que estaba a varias millas de distancia. La somnolencia que sentía era empero un saludable agotamiento normal, a diferencia de la languidez de las últimas semanas. El tónico que había tomado había servido para algo, después de todo.
Se dejó caer en su silla favorita, junto la ventana que dominaba el mar, despabilándose para observar los llameantes colores de la puesta de sol. Pronto el sol desapareció debajo del horizonte, y la oscuridad gris se fue acercando. Aparecieron las estrellas, y muy lejos, hacia el norte, pudo ver las borrosas luces de los barcos de juego frente a Venice. Las montañas le impedían ver San Pedro, pero un pálido y difuso resplandor en esa dirección le indicaba que los nuevos bárbaros despertaban a una vida rugiente y agitada. La superficie del Pacífico se fue aclarando lentamente. La luna llena estaba saliendo por encima de las colinas de San Pedro. Durante un largo rato Dean permaneció sentado junto a la ventana, con la pipa olvidada en la mano, y la vista fija en las lentas ondas del océano, que parecían latir con una vida poderosa y extraña. Gradualmente aumentó la somnolencia, y lo venció. De inmediato, antes de caer en el abismo del sueño, pasó por su mente el dicho de da Vinci: "Las dos cosas más maravillosas del mundo son la sonrisa de una mujer y el movimiento de las poderosas aguas".
Soñó, y esta vez tuvo un sueño diferente. Primero sólo había oscuridad, y un bramido y estrépito como de mares agitados, y, extrañamente mezclado con esto, el confuso pensamiento en una sonrisa de mujer... y en unos labios de mujer... labios que hacían un mohín, seductores; pero, cosa extraña, los labios no eran rojos, ¡no! Eran muy pálidos, exangües, como los labios de algo que ha permanecido durante mucho tiempo debajo del mar. "



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