Un buen partido (fragmento)Vikram Seth
Un buen partido (fragmento)

"Todos los que conocían a la señora Rupa Mehra sabían lo mucho que adoraba las rosas y, en particular, las fotos de rosas, por lo que en casi todas las postales de felicitación que recibió por su cumpleaños había reproducciones de esas flores de varios colores y tamaños. Esa tarde, sentada con sus gafas de leer en el escritorio de la habitación que compartía con Lata, iba a examinar algunas antiguas postales con un propósito práctico, aunque el proyecto amenazaba con superarla, pues podía despertarle el recuerdo de antiguas emociones. Las rosas rojas, las rosas amarillas, incluso una rosa azul aquí y allá, se combinaban con cintas, imágenes de gatitos y una de un cachorro de perro de aspecto culpable. Manzanas, uvas y rosas en un cesto; ovejas en un campo con un fondo de rosas; rosas en un jarrón húmedo color peltre con un bol de fresas al lado; rosas teñidas de violeta y adornadas con hojas que no parecían de rosas, acompañadas de espinas romas y verdes, casi tentadoras: postales de cumpleaños enviadas por la familia, por amigos y conocidos de toda la India, e incluso del extranjero... Todo le traía recuerdos, tal como su hijo mayor acertaba a señalar.
La señora Rupa Mehra miró por encima los montones de postales de Ario Nuevo antes de regresar a las rosas de cumpleaños. Sacó unas tijeras de un bolsillo de su gran bolso negro e intentó decidir qué postal tendría que sacrificar. Era muy raro que la señora Rupa Mehra comprara una postal para enviar a nadie, por muy querida que fuera esa persona. El hábito del ahorro había calado profundamente en su mente, y a pesar de que llevaba ocho arios privándose de cualquier pequeño lujo, enviar una felicitación de cumpleaños era un deber casi sagrado. No podía permitirse comprar postales, de manera que las fabricaba. De hecho disfrutaba con el rito creativo de diseñarlas. Fragmentos de cartulina, pedazos de cinta, trozos de papel de colores, pequeñas estrellas plateadas y cifras adhesivas y doradas se abigarraban al fondo de la más grande de sus tres maletas, y todo ello iba a serle ahora de utilidad. Las tijeras se pusieron en posición y cortaron. Tres estrellas plateadas se separaron de sus compañeras y acabaron pegadas (con la ayuda de un pegamento prestado: ése era el único elemento que la señora Rupa Mehra, por temor a que el tubo se agujereara, no llevaba consigo) sobre tres esquinas de la parte delantera de un trozo de cartulina blanca sin nada escrito. La cuarta esquina, la del noroeste, podría contener dos números dorados que indicarían la edad del destinatario.
A continuación, la señora Rupa Mehra hizo una pausa, pues seguramente la edad del destinatario sería un detalle ambivalente en el presente caso. Su madrastra, tal como nunca dejaba de recordar, era diez años más joven que ella, y quizá considerara que la acusadora cifra de «35», aun cuando —o quizá precisamente por eso— las cifras fueran de color dorado, denotaba una inaceptable disparidad, quizá incluso unos inaceptables motivos. Las cifras doradas fueron dejadas a un lado, y una cuarta estrella dorada se unió a sus compañeras en una estructura de inocua simetría. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com