Magia, ciencia y religión (fragmento)Bronislaw Malinowski
Magia, ciencia y religión (fragmento)

"Los milamala vienen en inmediata sucesión de las actividades de la recogida, que ya presentan por sí mismas un carácter claramente festivo aunque carezcan del fundamental elemento de regocijo del kiriwinés. Con todo, el aborigen halla un placer y una alegría manifiestos en la recogida de la cosecha. Adora su huerto y se enorgullece de veras de lo que éste produce. Antes de que el fruto se almacene por fin en unos graneros especiales, que, con mucho, son los edificios más visibles y pintorescos del poblado, el nativo aprovechará las distintas oportunidades de mostrar la cosecha. Así, cuando los tubérculos de taitu (una especie de ñame) —que es con mucho la producción más importante de aquella parte del mundo— se extraen del suelo, se limpian cuidadosamente la tierra, su pelusa se afeita con una concha y se apilan en grandes montones cónicos. En el huerto se construyen cabañas o refugios especiales para proteger al taitu del sol, y los tubérculos se exponen bajo tales abrigos: un gran montón cónico en el centro, representando lo mejor de la cosecha y, en su torno, varios montoncitos más pequeños, en los que se apilan grados inferiores de taitu junto con los tubérculos que se usarán como semilla. En su limpieza los nativos emplean días y semanas, y les apilan artísticamente en montones para que la forma geométrica sea perfecta y sólo sean visibles en la superficie los tubérculos mejores. El propietario y su esposa —si la tiene— son los que efectúan tal labor, pero hay grupos que vienen desde el poblado a pasar por los huertos, realizarse visitas y admirar los ñames. El tema de la conversación lo constituirán las comparaciones y los encomios.
Los ñames pueden permanecer en el huerto por un par de semanas y, tras ese período, se los transportará al poblado. Estas labores tienen un carácter pronunciadamente festivo y los portadores se adornan con hojas, hierbas aromáticas y pinturas faciales, aunque no se trate del «traje completo» del período de danza. Cuando el taitu ya se ha transportado al poblado, el grupo vocifera una letanía en la que un hombre dice las palabras y los demás responden con unos gritos estridentes. Generalmente llegan a los poblados a carrera; a continuación todo el grupo se ocupa en colocar el taitu en montones cónicos exactamente iguales a los que estaban en los huertos. Estos montones se hacen en el vasto espacio circular que se abre frente a la casa del ñame, donde los tubérculos son al fin almacenados.
Pero antes de que esto se efectúe, el ñame ha de pasarse otro medio mes, o un tiempo similar, en el suelo, en donde se cuenta y admira otra vez. Se le cubre con hojas de palmera para protegerlo del sol y, finalmente, hay otro día festivo en el poblado, en el que los ñames se almacenan en el granero. Esto se lleva a cabo en un solo día, aunque el transporte del ñame al poblado ocupa varios. Esta descripción puede proporcionar cierta idea de la considerable aceleración del tempo vital de la localidad por las fechas de la recolección, principalmente porque el taitu se transporta a menudo desde otros poblados, y la cosecha es una temporada en la que incluso comunidades que están distantes se visitan.
Cuando el alimento está ya por fin en los almacenes se abre una pausa en el trabajo hortícola de los nativos y esta pausa es la que se llena con los milamala. La ceremonia que inaugura todo ese período festivo es, a la vez, una «consagración» de los tambores. Antes de ella ningún tambor había de tocarse en público. Tras la inauguración, los tambores pueden usarse y la danza comienza. La ceremonia consiste, como la mayoría de las ceremonias de Kiriwina, en una distribución de alimento (sagali). La comida se apila en montoncitos y se cocina en esta particular ceremonia, colocándose esos montones en platos de madera o en cestos. A continuación se acerca un hombre y pronuncia en voz alta un nombre ante cada uno de los montones. La esposa, u otro pariente femenino, del hombre que ha sido llamado toma el alimento y se lo lleva a su cabaña, donde es consumido. Tal ceremonia (llamada la distribución del sagali) no nos parece que se trate de una fiesta, principalmente porque su clímax —tal como entendemos el clímax de una fiesta, esto es, el acto de comer— no se alcanza comunalmente, sino sólo en el círculo familiar. Pero el elemento festivo está en las preparaciones, en la recogida del alimento ya preparado, en hacer de él una propiedad de todos (puesto que cada uno ha de contribuir a escote al fondo común, el cual habrá de dividirse a partes iguales entre todos los que participan) y, por último, en su distribución pública. Tal distribución es la ceremonia de apertura de los milamala; los hombres se atavían por la tarde y ejecutan la primera danza.
La vida en el poblado se cambia ahora de manera clarísima. Las gentes ya no van a los huertos ni realizan ninguna otra labor rutinaria, como la pesca o la construcción de canoas. Por la mañana el poblado está vivo con todos los lugareños que no han ido al trabajo y, a menudo, con visitantes procedentes de otras localidades. Pero las auténticas festividades comienzan tarde en la jornada. Cuando las horas más calientes del mediodía han pasado ya, en torno a las dos o las tres de la tarde, los hombres engalanan sus cabellos para la fiesta. Consisten estos peinados en un gran número de plumas blancas de cacatúa pegadas al espeso cabello negro, del que brotan en todas direcciones, cual las púas de un puerco espín, formando grandes halos blancos en torno a las cabezas. Un ramillete de plumas rojas que corona esa esfera blanca confiere al todo un cierto tono de color y, de acabado. En contraste con la abigarrada variedad de peinados festivos fabricados con plumas que encontramos en muchas otras regiones de Nueva Guinea, los kiriwineses sólo cuentan con este tipo de adorno que todos los individuos repiten en cada forma de danza. "



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